LOS GOLPISTAS DEL PATIO TRASERO (V)

El almirante Cristóbal Colón fue la primera autoridad en las nuevas tierras que padeció la furia del golpismo, el drama del derrocamiento. Inexperto en asuntos de tierra y nada dotado para cuestiones de gobierno, hizo las cosas tan mal que no dio fuego. Esposado y vejado, fue sacado a la mala de su reino y nunca más volvió ni por el vuelto. El  varón que encontró un mundo sin saberlo inauguró, así, una vasta tradición violenta que todavía no termina. Luego en América siguieron apareciendo los golpeados como una efusión de la violencia política.

En la lujuria del bosque y el impulso de las aguas, el golpismo es anterior a los mazorqueros que surgieron en el Perú luego de la llamada independencia del poder castellano. El revoltoso Lope de Aguirre, hacia 1560, durante la carnicería de los marañones, jugó a acabar con el trono del rey de España. De facto le desconoció como máxima autoridad y decidió ir a sacarle personalmente del trono. El hecho que fue derrotado no cuenta. Importa que el poder podía ser disputado con el idioma de las armas. El otro momento del golpismo en el bosque fue obra de un misterioso caudillo que desapareció repentinamente. El mismo era don Juan Santos Atahualpa.

En 1742 se alzó en armas contra el prestigio del virrey y sus pulperos. El caudillo cuzqueño no se desvivió en atacar la capital y meter en vereda a la máxima autoridad colonial. Pero liberó la zona de la selva central de cualquier presencia castellana. En ese caso, el derrocamiento de hecho del virrey era cortar sus zarpas e impedir que mandara en el interior de esa parte del bosque. La liberación anticipada no fue una tragedia o una ruina, pues los operarios indígenas lograron manejar los hornos de fundición, lo cual abrió las puertas a una incipiente industria local que fue aniquilado luego cuando el gran Ramón Castilla ordenó la cacería de ashánincas. Muchos años después, en el escenario de enconos golpistas en la floresta, apareció un revoltoso crónico.

El mismo era Felipe Santiago Salaverry. En aras de tumbar a un tal Agustín Gamarra andaba en camorra cuando fue detenido y enviado al exilio en la maraña. El amargo pan del destierro estaba por Chachapoyas, pero no hizo estragos en sus ímpetus revoltosos y entre piedras, bosques y ríos decidió rebelarse. No le importaron las precarias condiciones en que vivía y, comandando a escasos efectivos mal alimentados y peor entrenados para asuntos de armas, proclamó una nueva asonada. Era la primera vez en la era republicana que un golpe ardía en la espesura, como una contribución a la tradición de asonadas golpistas en el Perú, pero el refractario no llegó muy lejos. En ese momento gobernada el país el presidente amazónico, José Braulio de Camporredondo. El mismo no intervino para nada, porque los escasos efectivos tomaron prisionero a Salaverry.

Toda esa carga de vehemencia, de virulencia, de uso y abuso de armas, venía en las espaldas de los golpistas del patio trasero. Ardía en el legado de alcaldes y prefectos que se sacaban la madre,  buscando ganar el pequeño poder de la remota región de los bosques. Estos violentistas aparecieron con todo su furor en momentos en que el caudillismo, a todo nivel, era la forma más socorrido para ganar cualquier tipo de poder. El detonante de esa violencia fue un momento clave, cuando se iba a manejar el dinero de la aduana. El poderoso caballero fue más fuerte que   cualquier otra razón y cada uno por su parte se creía con derecho a disponer del billete que se cobraba en esas arcas.

En su afán de hegemonía los caudillos locales, los forasteros y los oriundos o naturales de la zona, contaban con la protección de los caudillos nacionales. El mismo era como un aval, un aporte necesario, pero no decisivo. Ni definitivo. Era apenas un espaldarazo y los golpistas podían actuar por propio impulso y por regalada voluntad. En cierto sentido eran autónomos y sus derrotas o victorias dependían al final de ellos mismos. El golpista del patio trasero, el derrocador en el bosque, es importante porque expresa un capítulo de la interesante biografía del poder en estos predios. Y, además, es nuestra contribución al vasto y nefasto gorilismo nacional, fenómeno que todavía no se acaba.