Los excusados lamentables
En nuestro triste y desventurado destino de alcantarilla, con o sin orientales conchudos, no escasea la desolación de las letrinas o baños o excusados. No nos referimos, por ahora, al grosero y grotesco intento del municipio de Maynas que quiso apoderarse de los ingresos o los papeles higiénicos del lugar donde se hace el dos y del vientre, y que es administrado por vendedores modestos. Escribimos sobre los temibles y pésimos excusados de ciertos negocios gastronómicos que porfían por captar comensales gastadores y hasta turistas billetudos que a veces andan en mugrosa condición.
En la Roma de Rómulo y Remo, miccionar o lo otro eran actos plácidos, eventos reconfortantes. Porque las termas públicas eran lugares de lujo, construidas pensando en el solaz y hasta el esparcimiento del individuo. En este país del peloteo y no de la pelota, de tantos rodadores de bola, la cosa de la evacuación natural anda tan mal que se requiere de una grotesca ley antimeona. Para que los recios y cerveceros incaicos no achiquen la bomba en cualquier parte. En Iquitos la ley no se cumple y los baños de ciertos restaurants son cloacas con taza y cadena. La llamada Ciudad Ecológica, la cuna del Amazonas, no ha podido solucionar esa pequeña muestra de menosprecio al cliente.
La duquesa de Orleans, una dama de armas tomar, escribió alguna vez una carta donde se quejaba por el hecho de tener que hacer aguas y lo otro ante la impertinente vista de la gente. Los que ahora nos visitan como turistas, mochileros o no, sucios o no, deben tener su libro de quejas. En forma de tomos tamaño oficio. Y cómo deben rajar, en privado y en público, de ciertos baños sucios y con cucarachas que caminan como en su casa en Iquitos. Cómo deben recomendar a sus conocidos y chateadores eventuales otro destino de aventura y no la ciudad de los excusados lamentables.