Los días olvidados

En la glotona onda del paladar y de la tragona  garganta nacional, no nos parece mal correr a celebrar el Día del Pisco Sour. Nos parece bien que tantas instituciones locales, como tienen bastante dinero,  gasten a manos llenas y la semana pasada hayan tomado la primera cuadra de la calle Napo para poner sus estantes o tiendas y mostrar las bondades de una bebida que tiene su jale, su encanto, pero que no sale del ingenio de estos predios. En otras palabras, no sembramos ni cosechamos uva de donde sale el pisco. Podemos bailar en ajenas fiestas, por supuesto. Bailar y beber, pero no debemos olvidar nuestros propios festejos.

Desde  tiempos antiguos, desde los tiempos de don Francisco de Orellana, la Amazonía produce sus aguas bebestibles, sus licores. Y el primer sorbo, la primera tomaduría, tiene que ver con el rito, con la relación con lo trascendente. Luego figura la importante cuestión medicinal, gracias a licores y raíces combinadas. Más tarde viene la borrachera simple  y llana. El lugar donde el licor selvático ha logrado imponerse es Rioja. Allí la mayoría de la población no bebe ni cerveza, ni ron, ni pisco. Bebe las raíces con su licor incorporado. Una industria nace por allí con su valor agregado de por medio, como lo hemos dicho ya en pasado editorial.

El sujeto que más bebió en el mundo de las letras fue el formidable Gargantúa. Pero chupaba vino que se producía en sus vastos campos o en el país galo. No mamaba sustancias ajenas a su lugar, como es natural en otras partes. El gigante borrachudo no se soplaba vodka, anisado, chuchurrín o chavelita o alcohol metílico. ¿Por qué, ya que andamos en trance de incluirnos, no celebramos de aquí a poco el Día  Nacional o Regional de las Siete Raíces o del Chuchuhuasa o del Parapara?

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