[Escrito por: Moisés Panduro Coral].
Los apristas nos llamamos compañeros. Desde cuando insurgimos en el escenario político como el partido de la justicia social, del pan y la libertad; en los largos periodos de clandestinidad, encarcelamiento, persecución y proscripción; con Haya de la Torre presente físicamente y con Haya de la Torre en la memoria, en democracia y en dictadura, líderes y militantes; viejos, adultos, jóvenes y niños; varones y mujeres, clase media o pueblo-pueblo, de la ciudad y de la ruralidad, costeños, serranos o selváticos; todos sabemos que la palabra compañero tiene más allá del significado semántico, un inmenso valor ético y de lealtad que trasciende la militancia política y se enraíza en nuestros corazones.
A los compañeros nos han “matado” decenas de veces en la historia política del país. El sanchezcerrismo que nos quiso extirpar terminó como una nube de humo insignificante en el tiempo histórico; el odriismo que nos combatió a sangre y fuego expiró abrazándose de nosotros y con muchos de sus seguidores convertidos al aprismo; el velasquismo que pretendió borrarnos del mapa intentando hacer las reformas sociales que habíamos propuesto, sin nosotros y, peor aún, contra nosotros, acabó como una burda historieta de estatizaciones germen de una colosal deuda externa y de la violencia del senderismo terrorista; y más fresco todavía, el fujimorismo que llegó a la par del anuncio del fin de las ideologías y el comienzo de la modernidad líquida, y que nos acorraló durante buen tiempo en una intención de voto que se conteaba en el rubro “otros” de las encuestadoras y medios de Montesinos, es actualmente un movimiento familiar que, si bien es cierto tiene un fuerte atractivo electoral derivado del asistencialismo, está claro que no podrá sobrevivir más de la cuenta sin la paternidad (o maternidad) de los Fujimori.
Pero, ya ven, nadie ha podido matar al APRA. El aprismo, los compañeros seguimos con vida. No negamos que estructural y funcionalmente, nuestro organismo político necesita de mucha gimnasia para anular el estrés generado por una sociedad absolutamente monetizada (la lógica de la plata); que requerimos de dietas que nos ayuden a mejorar nuestra nutrición militante, descartando alianzas chatarra que al final nos hacen mucho daño; que nos faltan ciertas vitaminas para propiciar y vigorizar la regeneración celular; y que de manera urgente precisamos de un sistema inmunológico y un aparato excretor que batallen con eficiencia contra los microbios patógenos, y que depuren y expelen las toxinas que nosotros mismos producimos y que al quedarse indefinidamente en nuestro organismo nos infectan.
El cerebro y el corazón de los compañeros están bien. Tenemos figuras intelectuales de primera, técnicos de altísimo nivel, profesionales eficaces; además de que la fe y el sentimiento del pueblo aprista jamás se pierden porque está anidado en sus fibras más íntimas. Todo lo demás es viral, entre ellos el resfriado que padecemos desde los años noventa como efecto del ataque de un virus totalitario, pandémico y ventajista que tiene “en el fin justifica los medios” su principio activo. No somos inmunes a ese virus y hay que cuidarse porque fragiliza los valores, puede trasmutar la mística en mercancía, nos debilita ante el billete, la coima, el dinero fácil, la demagogia, y puede volverse una pulmonía si no actuamos responsablemente.
Aquí estamos los compañeros. Hemos ampliado nuestra perspectiva de la historia futura, nuestras formas de ser y hacer. De la tradición aprista mantenemos comités territoriales, organismos funcionales, jerarquías dirigenciales, pero para vencer esa modernidad líquida que nos amenaza hemos creado y expandido nuevas formas de acción política: las redes sociales, los colectivos políticos, los círculos de estudio y propuesta, los agrupamientos generacionales, los lienzos estratégicos. ¡Feliz Día de la Fraternidad!
Totalmente de acuerdo compañero, un abrazo a la distancia.
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