LOS AMBIENTES OPRESIVOS

En medio del esplendor de las ganancias de unos cuantos afortunados, de los despilfarros hasta el amanecer, de las excelentes comidas, de los finos licores, de las edificaciones deslumbrantes, en el Iquitos de ese entonces algo no marchaba bien. Era un ambiente opresivo, tétrico, sombrío, auspiciado por las acumulaciones en diferentes lugares del caucho extraído del bosque.  Ese panorama era  coronado por un aroma pestilente, atroz. Era el mal olor de ese prodigio de la naturaleza que alteró para siempre la historia del mundo. No pocos ciudadanos de ambos sexos padecieron esas emanaciones desagradables. Los años han pasado y este escribano  no puede dejar de sentir ese mismo ambiente ingrato.

En el escenario local, por desgracia, ese ambiente nocivo del pasado aparece  gracias a las infinitas acumulaciones  de basura diaria, de cochinadas cotidianas.  En esquinas solitarias o concurridas, en calles populosas, en patios solariegos, en el borde de las orillas de los tantos ríos que nos circundan,  en los mismos ríos ecológicos y tantas cosas, los desperdicios han ganado la batalla. Mal que nos pese, así son las cosas en estos abandonos. Nadie hasta ahora, ni los abnegados y glotones gallinazos, los animales que degradan las porquerías, los que juntan a manos llenas   las cosas botadas en los rellenos sanitarios, ni la suegra de Batman, pueden contra esa epidemia social de estos tiempos sin caucho. Ni bonanzas, pero si con despilfarros.

En el ambiente nacional, en el país de los cocineros de mondongo,  el que esto escribe siente por todas partes, hasta en el caldo,  el  desagradable, horrible y  asqueroso  olor de las pestilencias de los fujimoristas y montesinistas de hoy. Otra vez regresan con sus pendejadas, sus razones torcidas, sus patrañas, para justificar esa aberración colosal de nombrar como coordinadora de Derechos Humanos del Congreso a ese engendro conocido como Martha Chávez. Como hace años, como tantas veces, salen con sus argumentos tarados, para justificar lo injustificable. No pueden admitir la verdad. Necesitan matraquear a toda costa. No quieren admitir que un ladrón no puede juzgar a los ladrones. Y hay que soportarlos, protegiendo nuestras  pobres narices.