Lo peor que han hecho algunos activistas políticos es sembrar odios. Irse de un lado a otro sólo por conveniencia. No reconocer ninguna virtud del adversario y, todo lo contrario, inventarle cosas.
Lo peor de todo es que nos damos cuenta de ello cuando es poco lo que podemos aprovechar de la capacidad y conocimiento de los que han pensado en el país, en la región, en la ciudad.
A nivel nacional todos se ocupan de la manera más hipócrita de lo que pudo ser, por ejemplo, Luis Bedoya Reyes, si le hubieran reconocido en las urnas lo que extemporáneamente tratan de hacerlos en el mundo académico como político. Quienes hemos seguido la militancia de Bedoya en la Democracia Cristiana y luego en el Partido Popular Cristiano nunca podremos obviar las virtudes de semejante caballero. No sólo en su puesto como alcalde de Lima sino como constituyente en un momento donde la crispación política era, reconozcámoslo, mucho peor que hoy. Sin embargo, esa crispación, con sus anécdotas y mediocridades, era ilustrada y protagonizada por una especia de sociedad de amantes del país. Prevalecían las citas bibliográficas y las ocurrencias ilustradas. El verbo fácil y el lugar común eran situaciones fuera de lo común. Hoy es exactamente a la inversa.
A nivel regional, la corriente es la misma. Antonio D’Onadío, por ejemplo. Ese químico farmacéutico militó en las filas del Partido Popular Cristiano pero fue elegido por Izquierda Unida y después dedicó las horas de su vida a fortalecer el Frente Patriótico de Loreto. Cuando esa agrupación luchaba, a veces erróneamente, hay que decirlo, pero jamás con mercantilismo. Políticos como D’Onadío han desaparecido del escenario regional y ese vacío ha sido llenado por quienes -a pesar de haber sido discípulos del ex diputado- creen que cobijándose bajo la autoridad de turno luchan por los intereses de la población que dicen defender. Claro, se dirá que como ya está muerto ahora resulta que la figura de D’Onadío es resaltada. Puede ser, es posible. Pero ahí tienen a un ingeniero de nombre Rony Valera Suárez, alcalde de la provincia de Maynas que recibió fuego graneado desde los rincones de su propio partido y hoy, calladamente, combina su trabajo académico con el reconocimiento a veces mudo de quienes lo conocen.
Se dice que en tiempos de elecciones los políticos ingresan a una guerra sin cuartel. Estamos en período electoral. Y quienes hemos seguido de cerca procesos anteriores comprobamos que la política se ha impregnado de mediocridad y los líderes tienen más que esconder que mostrar. Se han rodeado de perfectos mediocres y oportunistas que no sólo aseguran continuidad en el camino errado sino un lustro más de incapacidad para pensar en la región como una posibilidad de desarrollo. Lo peor de todo no es únicamente el odio que dejan a su paso sino la creencia que eso está bien. Los políticos de hoy -mayoritariamente- han hecho de la política un espacio de mugre donde el que intenta ingresar con cierta pulcritud ya tiene que cargar ese pasivo que impide crecer a una sociedad.