La literatura de los márgenes nace en la zona de frontera, en la raya, en la línea, en los bordes. Es una zona gris, de ambigüedad, de neblinas. Vive de las sombras del supuesto gigante y le pone los guijarros en los zapatos, que cuando camina renquea. Es una franja donde nada está dicho, donde no hay grandes principios, ni grandes relatos porque estos han muerto, han sido remontados por el bosque. Se alimenta de las pequeñas historias que lucha con tensión desgarradora contra el costumbrismo paralizante y el cosmopolitismo huero y discriminador. Recordemos que no es marginal, está entre los márgenes, que es otra situación, completamente diferente, porque declararse marginal o decir que la literatura de la selva es marginal es hacerle el juego a la literatura centralista que lo considera residual, exótica, de una relación de consanguinidad de primo tercero o cuarto del árbol familiar. Mora entre los márgenes y muy consciente de que la producción (simbólicamente o no) es en la periferia. Ahí es su ecosistema, su nicho ecológico. Eso obliga aguzar ese instinto de cazador o cazadora que llevamos dentro, a dejarse llevar por la intuición y alimentarse de razones. Husmea, cartografía otras sensibilidades. Pergeña otros mapas. De ser consciente de las diferentes tradiciones culturales existentes en el mar verde que está de patas arriba porque así se vive en este archipiélago. Quien escribe debe estar limpio, y muy lejos, del complejo de Adán que asola estos bosques. Pero esta literatura de los márgenes no sólo es un postulado teórico existe, y está vivito y coleando como las voces de Lo que no veo en visiones, Mirada de búho, Las tres mitades de Ino Moxo entre otros. Queda mucha tarea.

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