[Del gobierno a comunidades indígenas].
Escribe: Percy Vílchez Vela
En la historia regional hay siempre un rubro que corroe los mejores intentos, los planes fructíferos, que vienen desde las entrañas del centralismo: las promesas incumplidas. Es posible decir que el tren desde la costa hasta cualquier río selvático es la promesa más recurrente y más incumplida hasta ahora. Otros promesas surgieron a lo largo de los años y hasta la fecha han quedado en el olvido. En estos tiempos el actual gobierno parece imitar esa nefasta tradición nacional al no cumplir con las promesas que firmó en los encuentros con los dirigentes indígenas de las cuencas de los ríos Pastaza, Tigre, Corrientes y Marañón.
El bochorno de las elecciones generales del 2016 ha silenciado el justo reclamo de las comunidades nativas, respecto al incumplimiento de las tantas promesas firmadas con bombos y platillos. El tiempo ha pasado desde los días de las citas de Andoas, Iquitos y Lima, donde el gobierno y los líderes oriundos arribaron a importantes acuerdos, y hasta el momento poco se ha avanzado en cumplir con los acuerdos. Es como si este gobierno prefiriera la eterna postergación o la evasión o la dilatación para no pasar a la acción. En ese cronograma hay como un vacío que puede permanecer hasta el fin del régimen. Es decir, todo puede quedar en nada. Ello, desde luego, preocupa a los dirigentes indígenas que acaban de levantar su voz de protesta para que el gobierno se deje de cosas y cumpla con lo pactado.
En la coyuntura electoral, donde casi todo el mundo está pensando en cómo acomodarse a los vaivenes del poder que se viene, es muy difícil que esa protesta tenga eco en la conciencia ciudadana. Es como si los moradores de esas cuencas estuvieran solos en sus demandas. Hasta el momento poco se ha avanzado en la ejecución de los acuerdos. El gobierno solo ha cumplido con dotar de plantas de tratamiento de agua a 65 comunidades, 17 en la cuenca del río Marañón, 10 en el río Tigre, 27 en el río Pastaza y 11 en el río Corrientes. En el presente, están en la fase de proyectos de instalación de agua y saneamiento para 52 comunidades oriundas. El resto de acciones están paralizadas.
Es decir, el gobierno ha privilegiado la simple atención para el caso de la contaminación de las aguas y se ha mostrado bastante activo en la instalación de las plantas de tratamiento. Ello porque es urgente defender la salud y la vida de los que viven en esos lugares afectados por la explotación petrolera. Las promesas incumplidas aparecen pronto y se refieren al retraso de las labores de remediación debido a que no hay todavía la normatividad pertinente, labor que le corresponde al Ministerio de Energía y Minas. La Ley No.30321 que creó el Fondo de Contingencia para la Remediación Ambiental está pintado en la pared. Y no hay indicios ciertos de que las cosas van a cambiar dentro de poco.
En los pasillos y oficinas del poderoso Ministerio de Economía y Finanzas no hay noticias sobre el dinero requerido para la realización de la jornada de titulación de tierras comunales. Las partidas salen para otras cosas, otras obras, pero no para ese punto importante del acuerdo entre el gobierno y las comarcas amazónicas. Nadie sabe cuánto tiempo se tendrá que esperar para que ese dinero se decida a cumplir con lo prometido. Lo prometido es deuda y el gobierno viene debiendo a los habitantes de esas zonas de la maraña. En ninguna parte se encuentran indicios de la implementación de un Grupo de Trabajo para analizar las propuestas de modificación de las normas de participación ciudadana en la evaluación ambiental.
Como para empeorar las cosas, el famoso Congreso se hace de la vista gorda y no se decide a discutir y aprobar el proyecto de ley correspondiente que impulsaría el desarrollo de estrategias de remediación en zonas afectadas. También permitiría al Estado suscribir convenios de cooperación técnica internacional en el rubro de la remediación ambiental. Los congresistas prefieren debatir otras cosas y perder el tiempo buscando la relección. Y no hay nadie que en ese recinto que insista en hacer cumplir con lo pactado por el gobierno. El tiempo sigue pasando y los escaños no dicen está boca es mía. Así las cosas queda la sospecha de una postergación intencionada de las promesas firmadas y sacramentadas. Ello no sería una novedad en la historia del centralismo y la Amazonía del Perú.
La propuesta del tren desde la costa hasta la maraña tuvo sus auspiciadores, sus estudios, su presupuesto y algo de ejecución, y nunca arribó a ninguna parte. Durante décadas se pensó, con ilusión, que ese tren iba a llegar hasta el bosque. Pero se quedó en algún tramo de su recorrido. Igual puede pasar ahora, salvo un milagro de última hora.