Las palmeras en el desierto

Percy Vílchez Vela

En los laberintos de una ciudad de escasos árboles, pese a holgazanear en medio de montes, bosques, montañas, vegetaciones varias, malezas, plantas parásitas, trepadoras, hay un vacío impresionante, infecundo. El que hoy en día recorre de un extremo a otro, de rabo a cabo, la calle Sargento Lores encontrará forados, dispersos basureros, letreros bobos, algunos vegetales sembrados como por descuido, pero no hallará ni la sombra de alguna palmera regional que alguna vez se convirtió en una adelantada propuesta de arborización estrictamente  amazónica.

En el Iquitos del desierto vegetal, donde las plantas artificiales tienen lo suyo, corría el 3 de diciembre de 1924 cuando en su edición de entonces el diario El Eco, en aras de mejorar el ornato de la urbe, en aras de cuidar el medio ambiente, en aras de responder al ecologismo de siempre, insinuó una campaña de sembrío de esbeltas y gallardas palmeras selváticas, especies de la zona, en todo el ámbito de la calle Pastaza, nombre con que se conocía por entonces a la Sargento Lores.

El diario El Eco había dado en el clavo. Proponía adornar con elementos locales a una ciudad tan proclive a mirar hacia afuera, a buscar soluciones y salidas forasteras, a imitar como los papagayos las voces ajenas. Poblar de palmeras locales una calle era dotarle de color local, era llenarle de la cultura ancestral que tanto le debe al bosque, era surtirle de ánimas sagradas, de esas madres que no dejan de inquietar el imaginario de las gentes de estos lares. Nadie se opuso a las dichosas palmeras. Todo el mundo estaba de acuerdo con esa arborización inédita. Pero tampoco nadie hizo nada para poblar la Lores con esas bellezas.

Para cualquiera que sabe de qué se trata no es difícil imaginar cómo sería hoy la antigua Pastaza si se hubieran sembrado las impresionantes palmeras. Sería una arteria absolutamente turística, un atractivo  magnético. El que menos gustaría de caminar a sus anchas, como por una selva inédita, bulliciosa,  misteriosa, entre los pijuayos, los huasais, los aguajes y otras especies de estos abandonos.

La antigua Pastaza, nombre tan ligado a la fundación oficial de Iquitos porque fue el primer barco que arribó el 26 de febrero de 1864, se hubiera convertido en la primera arteria absolutamente selvática, típicamente iquiteña. Desde que comienza, cerca al malecón, donde antes estuvo un relleno sanitario y donde hay ahora unas amasisas, hasta donde termina las palmeras serían su sello de identidad. Su marca mayor. Y, por lo mismo, las otras calles hubieran elegido sus especies locales. No existirían entonces los ficus, los cocos y otras plantas sin raigambre regional de hoy en día.

No hubiera existido, de ninguna manera, la bochornosa arborización emprendida por un alcalde olvidado que gastó una fortuna poblando la calle Próspero y otros lugares con horribles maceteros con plantas ajenas. Porque, gracias a las palmeras, hubiera existido un patrón de arborización. Las especies ausentes de la calle Sargento Lores están en el desierto. No el de la falta de plantas entre las calles iquiteñas, sino en el desierto de las iniciativas perdidas, de las ocasiones desperdiciadas.

1 COMENTARIO

  1. Que bien la iniciativa de tocar el tema de arborización, mi querido Percy Vilchez, como dices hoy en día la calle Sargento Lores estuviera bien arborizada y otras calles, pero quien sabe si lo hubieran hecho en esa época, hoy en día no hubieran tales árboles con tantos alcaldes «enemigos de las plantas» solo quedarían en recuerdo», como en la calle Samanéz Ocampo que leí una nota periodística, cuando estaba de alcalde Salomón Abensur, porque había mandado cortar muc hos árboles en la ciudad, el profesor Tang, se había amarrado en un árbol cerca de su casa, protestando por el tumbado de dichas plantas, casi siempre los alcaldes que llegaron a la Municipalidad de Maynas, no les gustaba tener plantas en las calles, que ironía de tales personajes verdad?, vivir en la Selva y que no haya árboles, solo siembran cemento y asfalto. Deben imitar a tantas ciudades de la Costa, la Sierra donde sus calles están bien arborizadas en contraposición a las de la Selva, que mas parecen desiertos. Ojalá alguna vez llegue a la alcaldía un Ing. forestal o alguien que le guste las plantas, verdad?.

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