En el indetenible paso de los días el señor José Quispe Farro se quedó sin agua en su domicilio. En un comienzo pensó que se trataba de una falla en el sistema de conexión y llamó a la empresa que dirigía para que le restituyera el servicio. Los operarios hicieron todo lo posible para que el agua volviera, pero por más que revisaron tuberías, cambiaron grifos y manipularan el medidor, no consiguieron nada. La sequía continuó en la casa del alto funcionario. El señor Quispe Farro se resintió con el pésimo servicio de su propia empresa y renunció en el acto. Para no sufrir los desmanes de Sedaloreto puso un tanque en su huerta y se independizó por vía judicial de esa triste entidad. Era un hombre libre de los cortes, los racionamientos y los recibos abusivos cada fin de mes.
Convencido de que el líquido elemento era lo que faltaba a Iquitos, el señor Quispe Farro puso una empresa de venta de bolsas de agua. Y, personalmente, se dedicó a vender ese producto deambulando por las calles y entrando como una tromba a los microbuses. Era por entonces frecuente verle, en el día o de la noche, andando de acá para allá, expandiendo su negocio y despotricando de Sedaloreto. En poco tiempo logró ganancias que superaban sus más descabelladas expectativas. Era el rey de la venta del agua y porfiaba que desaparezca esa empresa que cada vez que podía venía con el cuento de la captación y de la producción.
En aras de seguir mejorando la venta de bolsas de agua puso el servicio de mulas para que recorriera las calles de la ciudad. En esa faena, comandando a los animales, se encuentra en estos días el señor Quispe Farro. Mientras hace su labor no deja de despotricar de la antigua empresa que dirigió alguna vez.