LAS MÁSCARAS INÚTILES
En el nada escaso ni flaco carrusel peruano de vagancias o vaquerías o relajos, fechas disimuladas con el nombre de feriados, sobra hasta el extremo eso de fiesta de disfraces, parranda de máscaras o baile de brujas y otras taperibas. No conocemos a nadie que se muestre tal como vino al mundo. Todos y todas tenemos la costumbre de ocultarnos, de disimular, hasta de meter varios gatos con incontables liebres. Andamos por la vida como el gato de la fábula. Con botas aunque no tengamos pies o patas propicias para ese calzado. De manera que disfrazarse de pollino, de asno, de cornudo, es una total berenjena, un mal gusto evidente. O una manera de esconderse aún más. Para hacer cualquier perrada. O no pagar las deudas, o no dar la pensión al hijo engendrado fuera del hogar o cualquier otra trastada digna de los bajos fondos.
Es absurdo ponerse máscaras, antifaces, gafas oscuras, cambiarse de peinado, teñirse el pelo o pretender hacerse pasar por el hombre araña, cuando los 365 días del año andamos fingiendo amores que no sentimos, jurando que vamos a pagar la cuenta que nunca pagamos, diciendo a cada rato que somos honestos cuando nuestras garras aúllan, promoviendo hipocresías dignas de mejor causa. Lo mejor, para celebrar de veras la fiesta de los engaños, de las hadas brujas, de las brujerías y otras pomadas, sería ir contra la corriente y sacarse de un tirón y, en público, las caretas, las muecas, las fauces. Así seríamos auténticos siquiera una vez en nuestras pobres vidas. En esta campaña electoral la fiesta disfrazada no debería ser uso y abuso de los candidatos al pequeño y provinciano poder.
Los candidatos serían más rentables a la ciudadanía si dejarían, de improviso y como por arte y parte de magia, caer sus máscaras, sus disfraces, sus mentiras. En la noche de los ocultamientos inútiles, pues todo el mundo sabe quién es quién en este condado pequeño e infierno grande, esos aspirantes a las ubres estatales deberían decir exactamente lo que piensan hacer una vez sentados en los tronos en disputa. Así nos ahorraríamos desengaños y desilusiones. Así, probablemente, no acudiríamos a votar por nadie. Pero habríamos ganado en limpieza y honradez, sin fiestas acojudas, sin máscaras, sin patrañas.