El afamado Stephen Hawking, miembro de la Real Sociedad de Londres, de la Academia Pontificia de las Ciencias, de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos, antiguo titular de la Cátedra Lucasiana de Matemáticas de Cambridge y célebre víctima del ELA o esclerosis lateral amiotrófica, fue internado cierta vez en una carpa ambulatoria debido a que en Iquitos habían desaparecido los hospitales. En su silla de ruedas el renombrado científico fue atendido por esculturales enfermeras para que le devolvieran el calor corporal que había perdido ante sendos baldazos de agua helada.
Es sabido que en la lucha contra ese mal se impuso universalmente el baño público, previo baldazo. Muchos ya, siempre ante fotógrafos atentos o camarógrafos contratados, se habían lucido bañándose en público, cuando la moda arribó a la bella ciudad oriental. Seres fluviales por naturaleza, nutridos por antepasados navegantes, grandes viajeros ellos mismos, pero fundamentalmente carnavaleros, los iquitenses confundieron el rábano con las hojas y comenzaron a meter baldazos de agua a troche y moche como si se tratara del mes de febrero.
En el furor del juego con agua una desquiciada turba subió hasta el último piso del rascacielo abandonado de la calle Raimondi y desde allí comenzaron a caer los baldazos como un diluvio provocado. Nadie quedó libre de recibir el baño repentino, ni las serias autoridades, ni los trespatinescos candidatos, ni los turistas mochileros. Cuando apareció el científico inglés, protestando contra el desperdicio de agua, la evidente burla a la enfermedad, fue atacado con varios baños hasta sufrir repentino desmayo. Nada detuvo el frenesí carnavalesco, ni la intervención del santo padre gaucho, y el agua del Amazonas se acabó. En el presente, los iquiteños beben agua del sucio lago Morona para lo cual tienen que hervir, tratar, desinfectar, filtrar, cernir, las pocas gotas que sacan de ese pantano luego de un enorme esfuerzo.