LADRONES EN LA RIBERA
Cuando hace muchos años una curtida banda de forajidos, una escuadra de amigos de lo ajeno -la verdadera amistad para algunos- asaltó entre gallinas y medianoche la aldea de Padre Isla, todo el mundo entonces hizo chacota y burla de esa incursión matrera. Nadie sabía qué tesoro o qué botín podían rapiñar los delincuentes en ese lugar, en vez de abrir, con apta ganzúa, cualquier comercio de Iquitos. Ellos y ellas olvidaban que para los hampones cualquier cosa sirve. Hasta una modesta gorra, que tenía estampado el nombre de un candidato de estos tiempos, que vimos arrancar a un ciudadano de malas costumbres en las cercanías del mercado de Belén. De manera que no debe sorprendernos los hechos del hampa que suceden en un caserío cercano a la ciudad del Dios del amor, al feriado largo, el asueto repentino y las celebraciones de tantos aniversarios.
El caserío de Gallito, que nada tiene que ver con el candidato del gallo, la gallina, los pollos y los huevos fritos o no, está ubicado en la orilla derecha del Amazonas, bastante cerca a Iquitos. Es una aldea rural como tantos otros sitios que se levantan en las orillas de los innumerables ríos. Tiene sus autoridades, su escuela, su parroquia y sus moradores sufren bastante en estos días. No pueden dormir tranquilos, frecuentan el insomnio y los ladridos de los perros, esos que ladran y muerden a la vez, les sobresaltan. Porque pueden estar anunciando la visita de los ladronzuelos. Han sido asaltados ya varias veces y exigen a las autoridades que instalen un puesto o una comisaría para poner en fuga a los amigos de las cosas ajenas.
En el Perú de ahora, el mundo del hampa es bastante movido y dinámico. Los rateros son bastante emprendedores. El asalto a chifas era la última innovación en el oficio. El reciente robo de perros finos y caros, que no mordieron ni ladraron a la hora de la verdad, indica que cualquier cosa les puede servir. Es preciso cortar esa modalidad de ir a robar en sitio de pobres, entre los ribereños que no son precisamente potentados. Hay que evitar que las orillas de los ríos se conviertan en despensas de asaltos de los enemigos de la propiedad ajena.