En la ciudad de Iquitos, allá por los años del 2016, se inauguró un nuevo parque. Entre los tantos parques, que servían para soportar la presencia de motos, apareció ese parque con un agregado digno de memoria y perpetua recordación. Se trataba de un lugar específico para la presencia de libros, para el ejercicio de la lectura. El parque se llamaba Cerro Palmera y era una obra magna de la cultura en acción. Nadie sospechaba lo que iba a ocurrir con las obras puestas por la gestión edil de Maynas para entretener al paseante, para culturizar al necesitado o simplemente para divertir al visitante afortunado.
Este columnista hasta ahora está perdiendo el tiempo, investigando el nombre y los apellidos del que escogió los primeros libros para pasar piola la ceremonia de la inauguración. Sucedió en aquel tiempo que el referido escogió cualquier cosa. Pero lo que es peor es que no se percató de que esos libros estaban contaminados por el incesante ataque de los comejenes. Esos libros eran ilegibles porque eran redes tomadas de punta a punta por esos insectos que tienen hasta ahora una predilección por el papel. De manera que en poco tiempo dichos insectos acabaron con los libros. Los desaparecieron, simple y llanamente.
El municipio perdió un tiempo precioso y en vez de comprar insecticidas envió otros libros llenos de comejenes. Allí se acabó el nuevo parque. Porque los comejenes mutaron y dejaron de comer solamente los libros y se dedicaron a devorar las instalaciones del citado parque. En poco tiempo, que se pueden ahora contar en semanas, el parque desapareció de la faz de la tierra. Recién entonces a alguien se le ocurrió sacar a solear los libros que estaban contaminados de comejenes. Pero ya era tarde y hasta ahora se buscan los últimos libros que todavía pueden salvarse de esos terribles insectos.