La selva en Valladolid

En la tarde de ayer jueves 29 de noviembre del año del fin del mundo, según consideran algunos paltos, al otro lado de este planeta, desde un lugar de donde vinieron algunos españoles a perturbar América, una editora de provincia, Tierra Nueva, inauguró otro evento. Lejos del iletrado patio local, lejos del no tan democrático ni centralista Perú y contando con el apoyo decidido de otras entidades que creen en la cultura, inauguró la presentación de una muestra fotográfica con imágenes no conocidas del horroroso caucho más el libro “El insomnio del perezoso” de Miguel Donayre Pinedo.

La exposición de fotos, con tomas del año de 1912, dejó el Museo Nacional Antropológico de Madrid para seguir su ruta castellana. Ruta trazada con meses de anticipación, resaltando el hecho de que las palabras entonces dichas, las promesas lanzadas en ese momento, no fueron simples frases y se convirtieron en realidad. No parece ser verdad que semejante hecho ocurra, pero hay testigos del mismo que garantizan que es posible hacer cosas de esa índole en momentos que en Iquitos, por ejemplo, no queda ni una sola galería pictórica. O se cierran centros culturales en nombre de ingresos contantes y sonantes y se nombra a cualquier persona como representante de la cultura.

La ciudad vallesolitana no está muy lejos de Madrid, pero está más cerca de los selváticos. No gracias a puentes aéreos o a enlaces comerciales, sino debido que allí funciona el Centro de Estudios Amazónicos, fundado por los padres agustinos. El evento ejemplar, entre muchas cosas, nos dice que pase lo que nos pase pertenecemos a una cultura poderosa, que descendemos del agua y la montaña, que tenemos tantas cosas que decir al mundo. Algo de la selva en Valladolid es como reconquistar una parte del suelo desde donde vinieron los otros. Y todo gracias a voluntades e iniciativas generosas. Gracias a la cultura.