La sazón del bosque
Los hambrientos navegantes al mando del no menos hambriento Francisco de Orellana ignoraban las recetas culinarias amazónicas, los platos más sabrosos o nutritivos de ese entonces. En sus andanzas por las espesuras fluviales, por eso, metieron la pata. En cierta ocasión unos castellanos no pudieron más con los urgentes reclamos de sus estómagos y se zamparon raíces desconocidas que les volvieron locos. Comer les fue dañino como a tantos de nosotros. La tragedia gastronómica no hubiera ocurrido si es que esos varones hubieran conocido la oferta culinaria selvática en boga de ese tiempo.
En ese entonces, casi como ahora, se creía que los amazónicos tenían buena dentadura y digestión de hierro para comer de todo, desde animales reptantes y volantes, pasando por bestias de todo pelaje y salvajismo y arribando hasta la misma carne humana. Todavía hoy, sesudos intelectuales, informados doctores, pueden discutir si algunas naciones antiguas eran caníbales. No es broma. El desconocimiento sobre la gastronomía selvática, lo que permite absurdos de todo tipo, no va a cambiar por arte de magia.
En el Perú costeño y andino de hoy es innegable el estallido gastronómico. De las cumbres nevadas, de la quinua nutricia, se ha pasado a los sabrosos platos del delirio. En ese menú falta la gastronomía amazónica. La propaganda todavía es incipiente sobre esa riqueza que se refiere a unos pocos platos, pero ignora lo mejor como puede ser el pan de yuca, el pan más grande del mundo, que consumen desde antes muchas naciones de estos predios. La variada, suculenta e inolvidable sazón del bosque todavía no se apodera del glotón imaginario nacional o internacional. Es por ello que la presencia de un colectivo de empresarios de la comida amazónica en el evento Mistura es importante. Pero más importante sería no esperar iniciativas ajenas para mostrar lo nuestro. ¿No se podría crear una permanente feria de la sazón del bosque?