La salvación por el robot
En un lugar del milenario y vasto país de la China, donde los alcantarillados se hacen rápido, unos robots de última generación marcan la hora. Animosos, hábiles, sibaritas, esos seres mecánicos y codificados atienden en un restaurant. Entre asombrados clientes del día o de la noche, esos individuos cabezones y con ruidos de otros planetas cocinan con aderezos y sazones, sirven humeantes platos, limpian las mesas. Pero no cobran. Lo cual no interesa. Importa que sean eficaces, que sepan hacer las cosas para las cuales fueron programados. En estos lares, donde la robótica, palabra que nada tiene que ver con las garras largas, las modalidades de hurto, es nada, deberían domesticarse o importarse esos seres mecánicos para que nos solucionen tantos problemas.
El mundo del mañana podría estar marcado por el dominio del robot. Eso nos permite soñar con una ciudad, una región, distinta a la que padecemos todos los días, con sus noches y sus madrugadas. Esperando que se acaben estos carnavales, uno puede imaginar lo que serían nuestras vidas esforzadas si eficaces y serios robots se dedicarían a trabajar por nosotros. Lo único que haríamos cada fin de mes sería cobrar. El resto del tiempo lo dedicaríamos a los dados, los bingos, las timbas. Pero también uno puede pensar en lo que sería Iquitos con robots dedicados al servicio de baja policía. No habría ni una pluma demás en ninguna parte, ni una horrenda colilla se atravesaría en nuestro camino. El famoso alcantarillado sería una obra maestra si lo harían laboriosos robots.
La salvación robótica no es una salida bambeada, cínica o desesperada. Es una posibilidad en un mundo inseguro, cambiante, donde todo se mueve o cambia de camiseta, donde los animales son usados como escudos políticos, donde los políticos hasta se atreven a cantar como gallos en corral ajeno.