[Por: Moisés Panduro Coral].


Nosotros sabemos que los analistas recelosos del aprismo tienen desde antaño un gran problema que les ha llevado al fracaso en sus predicciones funerarias: miran nuestra evolución como organización política desde la superficialidad mutable de su propia epidermis.

Es cierto que en los últimos años, los apristas hemos venido perdiendo posiciones electorales en regiones y municipios, pero este declive electoral tiene otras explicaciones sociológicas y políticas que son muy complejas y diferentes a la cándida prospección de sólo relacionar cifras de urnas con pretendidas extinciones políticas supuestamente derivadas de ideas alternativas trazadas desde el pensamiento libre. Si algunos de esos teoricistas quisquillosos que anuncian la muerte del APRA viniera a postular por un partido político nacional –que no es el fujimorismo, ni el acuñismo, ni el toledismo, ni el humalismo que tienen y tendrán su cuarto de hora en la historia política peruana- en cualquiera de nuestras regiones se espantaría de ver el cargamontón dinerario, logístico y publicitario de movimientos familiares y negociantes de la política que arrasan con las conciencias y con los votos de los electores a punta de regalos y dispendio de millones.

Por tanto, una (no la única) de las explicaciones realistas de esas cifras que los pájaros de mal agüero exhiben como prueba de agonía del APRA es el diseño de un sistema electoral orientado a destruir los partidos ideológicos y no a protegerlos y consolidarlos, la falta de controles efectivos del gasto en los gobiernos subnacionales que promueve y alimenta ambiciones paroxísticas de inversionistas, la fragilidad de valores cada vez más difundida en una sociedad mayoritariamente líquida que aprecia los transfuguismos y deprecia las lealtades; que muchas veces se muestra permeable, concesiva y selectiva con la corrupción cotidiana de esos negociantes que asaltan presupuestos regionales y municipales, pero que pone el grito en el cielo por algún caso aislado de corrupción de militantes de un partido tradicional, especialmente si éstos son apristas, consecuencia directa de la estigmatización de los partidos que hizo el fujimontesinismo para adueñarse del país, y que parece continuar hoy con los Levitskys.

Pese a todo, el aprismo no está muerto, ni va a morir. Nosotros sabemos que los analistas recelosos del aprismo tienen desde antaño un gran problema que les ha llevado siempre al fracaso en sus predicciones funerarias: miran nuestra evolución, nuestra ejecutoria, nuestro destino como ideología y como organización política desde la superficialidad mutable de su propia epidermis; no saben cómo es que se vive una militancia porque nunca la han tenido; no nos conocen en nuestro contenido orgánico, miden un árbol gigante o unos cuantas hierbas y a partir de esa simpleza se atreven a generalizar el tamaño y la estructura del bosque que no comprenden; se quedan en el invierno y el otoño de nuestra trayectoria cíclica pero ignoran adrede o flagrantemente el verano y la primavera que les siguen.

De allí que donde algunas neuronas susceptibles ven una “personalización” del poder, nosotros vemos el liderazgo nítido e insoslayable de un político extraordinario como Alan García, uno de los mejores oradores del mundo, autor de varios libros publicados y traducidos en diferentes idiomas, intelectual de una recargada agenda de conferencias internacionales, dos veces Presidente de la República y potencial candidato a una tercera elección. Allí donde la ojeriza intelectualoide divisa un “caballo loco” nosotros distinguimos un ser humano con sus fortalezas y debilidades que bien pueden potenciarse en el primer caso, o reducirse y eliminarse en el segundo caso, para anular las amenazas o maximizar las oportunidades del entorno que nos permitan seguir construyendo la democracia, defendiendo la libertad y materializando la justicia social. Allí donde la etiqueta caviar cree descubrir un abandono de principios, nosotros los apristas vemos dialéctica hegeliana, relativismo histórico, adaptación al cambio, resiliencia política.

A lo largo de su historia, el aprismo ha depositado flores en las tumbas políticas de los que lo mataron, de los pájaros de mal agüero que pregonaron su defunción; y ha demostrado que la resiliencia no es una característica única de los ecosistemas y de los seres humanos sino que puede ser -y es- la fortaleza central de una organización política que como la nuestra ha cumplido ya 90 años.

 

1 COMENTARIO

  1. «La resiliencia es la capacidad de los seres vivos sujetos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas».
    Pase lo que pase, en cualquier proceso electoral (o judicial), solo se sabe que la voz del pueblo ya no es la voz de Dios.

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