La renuncia ejemplar
El Sumo Pontífice renunció sin aspavientos ni poses a su alto cargo, a su encumbrado cetro, demostrando a propios y extraños que se puede prescindir de la mamadera, de las gangas de la gran ubre y de los famosos gastos de representación. El actual Papa no se hizo más ilusiones sobre su resistencia física ante el paso del tiempo y anunció que se iba como se van tantas cosas. El aludido no será más y dejará de gobernar el rebaño del Señor luego de una gestión nada brillante y accidentada debido a la serie de denuncias contra abusos de índole sexual de miembros de la santa iglesia.
El Papa, ese soltero eterno que hay en Roma, como decía un malogrado o poeta peruano, es uno de los hombres más poderosos de la tierra y bien pudo aferrarse a su carga, disimular sus males o sus decepciones y quedarse un buen tiempo más en el elevado cargo. Pero se va como la sombra cuando perece, se va para no volver. Parte antes de tiempo, parte dejando a los otros el poder de la institución más grande y mejor organizada de este mundo. La renuncia, cualquier haya sido el verdadero motivo, es de todas maneras, de anchas o mangas, ejemplar. Nos dice tantas cosas.
Nos dice, por ejemplo, que la renuncia no existe para los incapaces, los necios y los corruptos que se aferran al pequeño poder provinciano, a ese poder tan efímero que un sueño de una noche es más real. La renuncia no existe para otros, para tantos que no logran hacer nada valedero para mejorar esta región que tiene una cultura poderosa y que sigue esperando su oportunidad sobre esta tierra. La renuncia, después de ese voluntario cese papal, debería ser a partir de ahora una salida honrosa para los que no atan ni desatan en los cargos públicos.