En El Papayal, lugar de licores donde cierta vez fueron pillados estudiantes que bebían licor, fueron reasignados todos aquellos colegiales que preferían tirarse a la pera, hacerse la vaca y matar el tiempo. La medida fue oficializada por el máximo organismo educativo debido a que no se iba a invertir en personas que detestaban los estudios. Era mejor que se dedicaran a lo que más les gustaba en la vida. Era una manera de limpiar la maleza, de ordenar el caos en el sector. Nadie sospechó lo que sucedería tiempo después en que se detectó que los reasignados, con la ayuda del licor a discreción y del bailongo a cada rato, sacaban buenas notas.
Era sorprendente ese resultado. Nadie hubiera suscrito que la farra y la diversión iban producir buenas notas y demás aciertos. Ello trajo como consecuencia que los mismos profesores, interesados en mejorar la calidad educativa, asistieran a las clases en El Papayal para beber con los bebedores y bailar con los bailarines. Muy pronto tuvo que prohibirse la presencia de más maestros que querían integrarse a ese novedoso experimento que estaba revolucionando la educación en el oriente del país. Ello ocasionó la protesta de los padres de familia que desde hace tiempo bebían con sus hijos y acudían a sus parrandas.
Así fue como se comprobó una vez más y para siempre que la mejor escuela, el mejor colegio, era la casa de cada uno. Los verdaderos maestros no eran los que estaban en las aulas, sino los jefes de familia quienes eran espejos donde se miraban los descendientes. Fue por ese motivo que los padres de familia comenzaron a asistir a El Papayal para beber con los maestros y alumnos como una muestra de confraternidad entre los estamentos vinculados a la tarea educativa. En la actualidad, no es una novedad que los estudiantes beban licor en horas de clase y se diviertan en vez de dar exámenes.