“Cuentos Amazónicos” de Juan Carlos Galeano:
[Escribe: Carlos Reyes Ramírez]
En “Seringa”, uno de los relatos de “Cuentos amazónicos” del poeta y narrador Juan Carlos Galeano, se puede leer una afirmación categórica: “Los hombres no saben lo que los árboles sabemos”. Esta aseveración nos muestra lo que pasa en ese espacio biodiverso de hombres, animales, plantas y ríos. Ese encuentro o desencuentro en una brutal colisión entre culturas diversas: la cultura occidental y la de los pueblos indígenas. Guardando relación con la crítica realizada al libro este encontronazo estará determinado por el perspectivismo biocéntrico del nativo o por la incapacidad para entender el entorno por parte del foráneo.
Valga la confesión: nací en Requena, un pueblo (ciudad, dirían otros) de la Amazonía peruana, y siempre he presumido de ser un hombre del universo amazónico y todo lo que he escrito gira en torno a ese gigante y acuoso espacio. Al leer los cuentos de Galeano, puedo afirmar sin rubor que han vuelto con nostalgia las noches rurales de mi infancia y parte mi juventud, reinventada por la estupenda narración de su autor, que, además, es un escritor nacido en las amazónicas tierras del Caquetá colombiano.
“Cuentos Amazónicos” de Galeano, se muestra como un libro diferente que rompe con la estructura tradicional de los cuentos “literarios”. Debe entenderse a éste como un texto que va más allá de la simple lectura y del placer estético, para mostrarnos otra realidad e ingresar a territorios opuestos entre la “opinión” y del episteme griegode un singular universo: la Amazonía.
El libro se abre con una visión esperanzadora pero en un espacio de ambivalencia y dualidad, como convivir con un espejo enfrente de nosotros y que recuerda a los amazónicos lo que somos y de dónde venimos. Es decir, habla de historias que suceden en la ordinaria realidad y otra en ese trasmundo de cual habla Michael Uzendoski, y que está gobernada por lo que los filósofos han llamado “perspectivismo”, o por esos entrecruzamientos entre los diferentes mundos que existen en la Amazonía. Debemos inferir por la narración de los relatos que entre los escritores de un determinado lugar con costumbres y modo de vida semejantes, sus obras muestran vasos comunicantes, cordones umbilicales que los acercan. Conviene comentar que ya en 1984, el Grupo Urcututu, movimiento literario peruano, en su primer manifiesto político-estético había propuesto como meta entre sus integrantes la interpretación artística de los mundos amazónicos: la ruralidad, los pueblos jóvenes, el indígena y el urbano. Galeano confirma la existencia de estos mundos en un texto bien elaborado y mejor construido sobre la base de la narración oral que ha recopilado en sus múltiples viajes por diversos países de la Amazonía (Brasil, Perú, Colombia, Ecuador, Venezuela, etc.).
Ya todos sabemos que la Amazonía es un ecosistema frágil y que viene sufriendo un deterioro incalculable. La tala excesiva o indiscriminada de la vegetación, la depredación de la fauna, la contaminación de los ríos por efectos de la actividad hidrocarburífera o minera, entre los más letales; o la variación atípica del sistema hidrológico afectada por el calentamiento global o cambio climático. Todo este conglomerado de males ha hecho más pobres a las sociedades que habitan en ella, y como fruto de esta letal sinergia, se ha trastocado la profundidad del ser humano haciéndole indolente ante los problemas comunes, y “acriollando” su comportamiento ―como lumpen― como consecuencia de la pérdida o el desdén por su cultura. Una lectura más profunda de este tipo de comportamiento puede asumirse como una forma desesperada de la sobrevivencia. Felizmente, quienes sufren este desorden de personalidad no son los más, sino una reducida minoría, pero atemoriza la velocidad con que avanza, sobre todo, entre las nuevas generaciones quienes inermes se dejan sedar o vislumbrar por los destellos de la “modernidad”.
El libro de Galeano reivindica la Amazonía en sus contradicciones. Será por eso que en los cuentos del escritor colombiano aparecen seres fabulosos por doquier, entre los árboles, en el agua, en las calles del pueblo, en las chacras o en la montaña, haciendo de recelosos guardianes o de entidades protectoras de la Madre Naturaleza. Estos pueden llamarse Epereji, Chullachaqui, Yara, Curupira, Wayramama, Sachamama o Yakumama; todos, sin excepción, cumplen un papel en el imaginario del poblador de la selva amazónica, a la sazón deidades que constituyen muros o barreras, y que “cuidando” a los animales y las plantas del bosque, en fin, a la naturaleza, garantizan su permanencia en el tiempo de todo el ecosistema. Sumado a esto es fundamental mencionar que el pensamiento expresado en el mito se extiende en la realidad en una dinámica resistencia a la planificada y metódica invasión cultural por parte del mundo occidental.
Uno debe sorprenderse de la narración que hace Galeano contando una pluralidad de historias amazónicas. La elaboración o reelaboración del mito sin que esta pierda su esencia, o en todo caso para que esta sufra una metamorfosis, una mutación, creando un individuo nuevo que se perenniza y se enriquece culturalmente. En esa línea aparece uno de los relatos más asombrosos del conjunto llamado “Kanaima”, una historia recogida en la Amazonía venezolana o guyanesa, en donde estos seres fantásticos con cabeza de mono se convierten en diferentes animales según su interés y cobran la vida de personas por el puro placer, la diversión, o el sinsentido animal. Sin embargo, que esto no nos llame a error y olvidemos que historias como estas (también) sirvieron a los intereses de los colonizadores para someter a sus dominios a los pueblos indígenas amazónicos, acusándoles de personas sin “alma”, herejes, o caníbales que necesitaban del evangelio para vivir en el orden.
Dice bien Uszendoski, en el estudio introductorio de “Cuentos amazónicos”, que estos relatos presentan o representan complicados patrones de entrecruzamiento de dos universos colindantes, cercanos, en el espacio amazónico: el indígena y el mestizo. La realidad demuestra que estos universos apenas están divididos por una frontera invisible que cada vez se vuelve más delgada y hace que los pueblos e individuos que la habitan intercambien experiencias enriquecedoras. Finalmente, estos universos son el motor que mantiene culturalmente el imaginario del hombre de la cuenca amazónica.