La puerta trasera

Don Felipe Pardo y Aliaga, que no es un minero de alcurnia, sino un escriba incaico bastante olvidado, definió muy bien al peruano de la oposición. Este, cuando lanza sus iras contra alguien por lo general quiere el puesto rentado y financiado, el protagonismo vanidoso, la mamadera del poder. El poder, por muy pequeño que sea, encandila a ese peruano que no sabe hacer otra cosa, más que buscar esa ganga. No ha pasado mucho tiempo de las últimas elecciones y parió  Paula. Apareció, en Yurimaguas,  el primer intento de revocatoria en el boscaje,  contra  el burgomaestre Juan Mesía  Camus. “Estos quieren un ministerio”, decía el bigotudo Pardo y Aliaga cuando las hordas opositoras lapidaban  a cualquier ministro de ese entonces.   

“Estos quieren la alcaldía de Alto Amazonas”, se podría repetir sin ofender a nadie para graficar ese estreno de solicitudes de vacancia en el bosque. Están  en su legítimo derecho los revocadores  de aspirar a sentarse en el sillón consistorial que quedaría desocupado. Pero todo tiene su tiempo, como dice El Eclesiastés. Pero, además, las revocatorias que funcionaron en el pasado no han significado un cambio en la manera de gobernar. La vieja permuta de mocos por babas, y abundantes,  ha reinado siempre. El asunto no está en traer abajo al que gobierna, actitud muy peruana que tiene que ver con traumas y culebras. Esta en reformar el ejercicio del poder.    

El mandatario Alan García hizo bien en declarar en su campaña que iba a reformar el presidencialismo.  Hizo mal en no hacer nada contra ese oficio bastante inestable, ingrato y con muchas víctimas. Pero hay que esperar todavía que alguien le ponga el cascabel al gato. Mientras tanto se viene un festival de solicitudes de revocatorias. Una feria de pedidos de vacancias, de expulsiones, de salidas precipitadas de los que tuvieron la fortuna de ganar las elecciones. Así las cosas, podríamos acabar en un tiempo de anarquía donde el que ganar el poder tiene que salir de inmediato por la puerta trasera.