La prueba oral
En aras de limpiar al gallardo y vapuleado magisterio local, en pro -no contra- de terminar de una buena vez con los pícaros de costumbre, los apadrinados que no son pocos, los que siempre compran las pruebas, los tramposos que pueden no trabajar, pero cobrar a manos llenas más sus cervezas fiadas, se debería ser más moscas, más vivos que los corruptos. No pueden seguir ganando los que han convertido la enseñanza en una calamidad, los que medran en la profesión como gusanos y no de seda. Es urgente tomar medidas radicales para que no se repita ese penoso espectáculo de profesores vaqueros o bayanos comprando claves antes del examen.
En buen romance, otra prueba escrita es torpe, absurda, ridícula. Es peligrosa, tentadora para la mafia profesoral que no descansa. Y, en franco negocio renovado y ante la permanente demanda, podría costar mil nuevos soles y no ochocientos como la anterior. Así que proponemos -y gratis- una inesperada, sorpresiva y madrugadora prueba oral. Los considerados en el examen tendrían que pasar primero varios controles modernos para detectar algún papel oculto, unas claves escritas en las plantas de los pies, unas señales en forma de inofensivos y pendencieros tatuajes.
Los encargados de lanzar las preguntas a voz en cuello, a gritos, deberán primero pasar por severos controles ante el detector de mentiras. Para una mayor garantía de que no hay dolo, de que ganan los que merecen ganar, de que no entran las reses, se tendrá que contratar un jurado traído, en vuelo directo y con férrea protección policial, de otro planeta -cuánto más lejos mejor-, para que evalué las respuestas sin hacer trafas, ni favorecer a nadie. Ahora, si con esas exigentes medidas de custodia sigue la pendencia, continúa la venta de claves o pruebas, entonces que venga el fin del mundo.