La súbita propuesta para la rebaja del precio de las bebidas alcohólicas encontró la aceptación tácita de un buen sector de la población. En ciertos días hubo achispadas declaraciones a favor, festejos de amanecida por tan buena noticia que iba a redundar en beneficio de los bolsillos de los bebedores empedernidos. Pero por una u otra razón dicha rebaja no se oficializaba y los encargados de discutir la propuesta le daban largas, discutían acaloradamente, bebían hasta altas horas de la noche sin ponerse de acuerdo. El tiempo pasaba y nada. La demora ocasionó que de repente, sin aviso y sin antecedentes conocidos, surgieran movilizaciones, marchas y mítines que pedían la pronta rebaja de esas bebidas. En un principio se pensó que la protesta iba a pasar, pero con el correr de los días se sumaron nuevos contingentes y apareció el caos.
En medio de la confusión, de la violencia desatada, se descubrió que los más enconados en la protesta eran los estudiantes de varios colegios que tenían la perniciosa costumbre de hacerse la vaca y largarse a beber en ciertos lugares apartados. Ellos estaban acompañando a conocidos bebedores, a temibles empinadores del codo, a diestros chupadores que al parecer utilizaban a los alumnos para conseguir sus fines. Desde luego, la policía tuvo que apartar a los estudiantes de las marchas en aras del respeto a los adultos. Pero estos formaron un colectivo aparte para seguir protestando. Y en medio de vasos y botellas eligieron las tabernas más perdidas para exigir la pronta rebaja del precio de las bebidas alcohólicas. Los argumentos que daban era que no disponían de mucho dinero debido a que carecían de ingresos.
Cuando, al final de tanto alboroto, las autoridades competentes determinaron que el precio de las bebidas alcohólicos, en vez de bajar iba a subir, estalló la tragedia entre esos estudiantes que así vieron esfumarse sus ilusiones de vivir bebiendo mientras estudiaban.