El novísimo Partido Popular de las Suegras hizo su estreno renegando de los caudillos de la caverna, de los políticos tradicionales como el carnaval, de las cuotas, de los cupos, de todos los males de la búsqueda y del ejercicio del poder. Muy pronto, debido a su prédica de renovación, se apoderó del imaginario de las gentes, ganó el terreno mediático, conquistó las plazas populosas y populares y se convirtió en un movimiento tumultuoso, multitudinario, con serias aspiraciones a dirigir los destinos del país. Pero pronto comenzaron las pugnas intestinas, los golpes bajos.
El personaje que impulsó políticamente la justa causa de las suegras fue cuestionado pues era yerno. Es decir, pertenecía al campo del enemigo. Pero su caída no se debió a esa contradicción, sino a la grave denuncia de su jefe de campaña que, con papeles en mano, demostró que el citado tenía 5 suegras, al mismo tiempo, en diferentes lugares del Perú y del extranjero. El jefe de campaña andaba consolidando su poder dentro de la organización suegrista, cuando apareció en un diario local que tenía un hijo no reconocido fuera de su casa, lejos de su matrimonio.
El hombre quiso negar su tendencia hogareña, tener varias casas, su gusto por la paternidad informal, pero una entrevista en vivo con su vástago que tenía su mismo rostro, su mismo apellido, le perdió para siempre. El partido quedó a la deriva un tiempo y después se desnaturalizó, pues cayó en manos de los viejos tiburones de la política de siempre, los que dicen una cosa y hacen otra, los que maman golosamente de la ubre, que le cambiaron de naturaleza, de ideología, al inscribirle como Partido Nacional de los Yernos. Ello ocurrió cuando después de una larga marcha, a pie, desde Iquitos arribo a Lima una falange errante del partido de las suegras.