El religioso Javier del Río se cansó de predicar en el púlpito que no votaran por Alfredo Barnechea o por Verónica Mendoza y, de pronto, se armó de una banderola de propaganda y vestido con su sotana, salió a las calles de Arequipa a realizar una rotunda contra campaña contra los candidatos que detestaba. En el inicio de su cruzada, que confundía la religión con la política, pensó que de todas partes se iban a sumar partidarios para su causa, pero pasaron los días y nadie le secundó. El religioso no se amilanó y continuó con su gesta personal, para lo cual decidió visitar las principales ciudades del país y hacer mítines relámpagos en contra de los que defendían posturas contrarias a la predica de la madre iglesia. La furia de su prédica se hizo más notoria mientras se acercaba el día central de las elecciones. En uno de sus viajes arribó a Iquitos.
El religioso Javier del Río era la imagen viva del hombre poseído por el fanatismo. De entrado arremetió contra los partidarios locales de ambos candidatos, tildándoles de partidarios del mal, hijos y nietos de las tinieblas, abonos del demonio. Luego quiso acabar con los carteles que anunciaban ambas candidaturas. Después, en un mitin relámpago, despotricó de todos aquellos que se lanzaban contra los más elementales principios cristianos. Finalmente, llamó a no votar por Barnechea y Mendoza, porque eran emisarios de las cavernas diabólicas. En esas andaba cuando hubo una manifestación en su contra comandada por ciudadanos que se habían cansado de la intolerancia del religioso. Ello fue el inicio de un enfrentamiento encarnizado entre el prelado y los moradores de la ciudad. La controversia desbordó los límites aldeanos y llegó a los predios del Jurado Nacional de Elecciones.
Los miembros de ese organismo analizaron los hechos al revés y al través y arribaron al veredicto de que el cura interfería las elecciones. Para remediar la situación decidieron tacharle, lo cual implicaba que le prohibían realizar campaña contra cualquier candidato y le negaban permiso para recorrer las calles de las ciudades.