Por: Gerald Rodríguez. N
¿No es acaso la fuerza de la palabra, de la verdadera poesía, que hace que los sueños sean verdaderos sueños palabrescos y que vivamos de ellos por un momento, sabiendo acaso que no hay mejor vida que la que estamos viviendo cuando soñamos con la palabra? ¿Acaso los sueños no nacieron gracias a la palabra, y es por medio de ella por lo que le conocemos? La poesía de Rodolfo Hinostroza (Lima, 1941-2016) es tal vez la poesía peruana de gran alcance, (después de la de Vallejo, Eguren) que quiso romper una tradición vanguardista, para hacer de la poesía peruana su propia vanguardia, sin moda ni estilo europeo, arraigada desde los charcos del subconsciente social de un Perú que dolía a perder, a golpear, a ningunear a quienes creían que la democracia no era poder.
Y es que el “Poder”, tema poderoso en la poesía de Hinostroza, es desarmado con sutileza, con la misma sutileza de un buen artista (ya Rimbaud lo había hecho con el poder de su época, con el mismo nivel elevado de un gran poeta), y que en todo su transcurso que recorre aquel ritmo palabresco, Hinostroza nos desilusionar de la realidad para invitarnos habitar en el sueño posible de un país mejor. Hinostroza buscó describirnos mediante la palabra el sueño de una mejor realidad, de un menor país, porque Cuba representaba para él el sueño de una poesía por escribirse, totalmente revolucionario, como su misma sintaxis, su semántica paralela entre dos universos dialectales; la primera poesía de Hinostroza representa el poder, el sueño, la rebelión de todas las formas, ante el padre, ante la hermana que se besa con los solados, la represión imaginativa, los primeros poemas de Hinostroza es la lengua azul de un mundo que se alimenta de los deseos ajenos, a los deseos del lobo, cercano a la conciencia desdichada.
Después de haber considerado un sueño posible, el otro sueño de la decepción, el sueño ajeno a los sueños revolucionarios, realizado desde la poesía como discurso concientizador de una realidad que habría que conquistar, y que no solo era sueño en la poesía, sino una vena abierta a la realidad, (Consejero del Lobo, 1965), Contranatura, (1971) representa el otro lado de una poesía posible que, sin dejar de ser creativo, artístico, vanguardista, y sobre todo, cargado de historia y de una conciencia desaforada, jubilosa, es el lenguaje visual (T.S. Eliot, Ezra Pound) su lógica para manifestar, ya no lo elegíaco del tiempo perdido. Contranatura es una doble dimensión lingüística, que reivindica la otra poesía por no tener bandera, ni estilo, ni una forma definida, ni concepto, ni tema que concentre una sola opinión, Contranatura es un arma poderosa del no tiempo, del no historia, utopía sintáctica, desentrañando el hermetismo de una sociedad compleja, de un mundo que cree que sabe por dónde gira, cementado a una sola lógica, entre muchas. Contranatura, con sus efectos expresivos, rompe las fronteras de las atmosferas latinoamericanas, mientras Consejero del Lobo, era el libro con el que nunca perdonaría la muerte de un amigo (Javier Heraud) en búsqueda del otro poder, el mismo poder que vio crecer en Cuba, a la misma poesía que rendía pleitesía a lo social, el cual Hinostroza rechazó, combatió, y hasta se fugó de la carrera de Medicina, para ir a su verdadera trinchera, que era la poesía pura, abstracta, para combatir todo sistema que estableciera una solo pensamiento, una sola idea, que fuera siempre ajena al verdadero sueño de los sueños.