ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
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La vi por primera vez allá por los últimos meses de 1982. Gracias al fútbol. Los de “Atanasio Jauregui” nos ganaron la final regional de fútbol escolar. Con la derrota –que, para variar la culpamos al mal arbitraje y al hostigamiento del público- tras las piernas quisimos ganar alguna experiencia burdelesca en las piernas de otras. Unos entraron, otros miraron y los más dobletearon. Claro, uno antes de los veinte años está no sólo para dobletear en los restaurantes. Desde esa fecha he regresado en decenas de oportunidades a Yurimaguas, ya sea para concluir algunas gestiones o como tránsito a algún pueblo del río maravilloso que es el Huallaga. Pero uno de los que más recuerdo –y hasta fotos hay al respecto- es el que hice como periodista después de 1992 cuando era presidente del CTAR, Jorge Sánchez-Moreno. Habíamos ido al encuentro de Alberto Fujimori que llegaba a esa ciudad. Pero los ojos de los colegas estaban centrados en una señora de la que se hablaba tanto en Iquitos: Nery Salinas. La última visita que hice a la capital más importante de la región Loreto, después de Iquitos para que sus habitantes no se me ofendan, terminó hace algunos días y con un logro inolvidable para mi record profesional: entrevisté a Nery Salinas. Una apretada crónica de ese encuentro aparece en este diario hoy.
En esos años posteriores a 1992 en Iquitos se hablaba con insistencia de Nery Salinas y varios mitos alrededor de ella. Verla ensuciándose los zapatos en los barrios de Yurimaguas pugnando por abrir paso al ingeniero Fujimori y hasta peleándose con ella misma en ese intento no era nada extraordinario, sobretodo porque eran los años en que Alberto gozaba de una popularidad inmensa. Además, sería uno de los primeros presidentes que visitaba una capital provincial que en caudal electoral y presupuestalmente representaba el menos uno. Y eso. Como esos viajes periodísticos siempre son al vuelo y todos los colegas de Iquitos ni siquiera imaginamos que muchos años después los de Alto Amazonas tendrían tanto que ver en el desarrollo y atraso de Iquitos, nadie pugnaba por entrevistar a la que a todas luces marcaba el paso del gobierno en esa ciudad. Y vaya que sus pasos no solo eran firmes, sino avasalladores –en el buen sentido político de la palabra- tanto así que su esposo, Cirilo Torres, se convertiría poco tiempo después en máxima autoridad de Educación y máximo motivo de sus mayores desvelos. Tanto así que ya va más de una década que está en la clandestinidad, que ella llama persecución.
Así, llegamos a la última visita a Yurimaguas. Quizás con los mismos mitos y otras leyendas sobre ella. Demás está decir que son pocas las coincidencias políticas, partidarias y doctrinarias que unen a este columnista con ella. Pero eso poco importa. Lo que estos caminos de la vida me han enseñado, después de escucharla por más de media hora y verla casi al borde de las lágrimas al tratar de los problemas que la política le ha deparado y persistir en su militancia, es que es una mujer indoblegable y que más allá de su presencia en la política loretana tiene el temple para afrontar las acusaciones que le manda la vida (política) y saber sortearlas. Llamarla como Nery y que ella me llame como Jaime, me ha hecho recordar que en Yurimaguas la vida es más feliz a pesar de las derrotas deportivas del colegio, las visitas juveniles a lugares penumbrosos de antaño o los avatares empresariales actuales. La vida es más feliz cuando el periodismo invade mis arterias y toco el lado humano de las políticas que, aunque a veces no parezca, sí lo tienen.
LLAMADA vaya que sus pasos no solo eran firmes, sino avasalladores –en el buen sentido político de la palabra- tanto así que su esposo, Cirilo Torres, se convertiría poco tiempo después en máxima autoridad de Educación y máximo motivo de sus mayores desvelos. Tanto así que ya va más de una década que está en la clandestinidad, que ella llama persecución.