La parada en próspero
La Navidad entre nosotros no es una pascua, solamente. Es un zafarrancho de inconvenientes, de dolores de cabeza y otros males. Todavía no se consumen los panetones, no aparecen los barbudos y huachafos papanoeles, ni los candidatos gastan en chocolatadas y otras regalías para los votos, pero ya está un problema a la orden del día. Los vendedores (as) que cada año invaden algunas calles de Próspero como si fuera un fundo propio, una finca particular, no quieren dejar ese ámbito, porque les perjudicaría económicamente. No quieren saber nada con reubicaciones o con intromisiones ediles. Desdeñan la Plaza 28 de Julio como lugar para la venta en la Navidad que se viene. No quieren nada, salvo seguir en Próspero.
En manifestación nada cristiana, en una efusión de extraña violencia verbal, han hablado de provocar muertes como en La Parada. Es decir, amenazan al gobierno edil. Así de complicado el asunto de la venta navideña en ese lugar. La noche de paz y de amor, los abrazos y los deseos de felicidad y la misma cena, se han pervertido con esa mención a la violencia extrema. Ello es inaceptable desde cualquier punto de visto. Ningún inconveniente se ha solucionado con la intolerancia, el sectarismo, el autismo. La inmadurez es atrevida e impide escuchar las razones ajenas. Los vendedores (as) no tienen la razón.
El legítimo derecho de ganar dinero no puede agredir la tranquilidad de los demás. Ninguno de esos vendedores (as) se preguntó qué opinan los vecinos y vecinas de esas calles de Próspero. Por otra parte, nadie puede invocar impunemente a la muerte como presión, como herramienta para obtener algo. El ejercicio del crimen ha sido la basura que arrojó a este país el senderismo mediocre. Y los que perdieron no fueron los reaccionarios, sino los más pobres de este país. Se impone la conversación, el diálogo, el acuerdo. Nada de imitación de La Parada o del asesino Abimael Guzmán.