La ofensa de una deuda
El besuqueador público y el desafinado cantante, otros nombres con que se pueden conocer a los alcaldes de Maynas y de San Juan, se han unido últimamente. No para una función de karaoke, ni para otras cosas que tengan que ver con la farándula. Se unieron para deber. Deber escandalosamente y con maltratos. La historia es simple y ocurrió durante los pasados festejos de San Juan. Se organizó entonces un concurso de danza. En el día del veredicto del jurado, los grupos que ganaron los primeros lugares esperaron ansiosos el correspondiente dinero anunciado en las bases. En ninguna parte decía que se iba a pagar después.
El dinero prometido no fue habido. No sobró de los burdos gastos fiesteros, ni de los despilfarros por viáticos, por representación y otras tonterías. En el estrado se les prometió que antes del 28 de julio de este año se les pagaría sin ninguna duda. Pasaron las fiestas patrias, el nuevo mandatario dijo su discurso, los militares desfilaron ocasionando daños en la calle Brasil y otros lugares, y tampoco el dinero pasó a los ganadores. Agosto quedó vacío. En setiembre de este año les será recién entregado el dinero. Pero los cobradores dudan.
La deuda puede seguir postergándose, retrasándose, cambiando de mes, de año, de siglo, hasta el cansancio de los cobradores, hasta el olvido de los pagadores. Deber no es delito. El delito ocurre cuando el que debe acude a la mentira, al matraqueo, al peloteo, a la eterna postergación. En esta caso, el delito es mayor porque los engañados o peloteados son jóvenes de uno y otro sexo que se rompen los forros diariamente para hacer lo que creen. Para hacer folclore, para hacer cultura, en otras palabras. A la intemperie, en casas prestadas, en plazas públicas, trabajan con admirable entusiasmo. Y no pagarles a tiempo lo que ganaron en buena ley, es un maltrato. Ambas entidades ediles mensualmente reciben dinero para invertirlo en cultura. ¿Para dónde va ese excedente?