Cuando era adolescente escuchaba que mi madre se quejaba, con razón, que los electrodomésticos de ahora ya no son como antes que duraban más y eran mejores de calidad (muchos de los engranajes son de plástico que se rompen con facilidad, especialmente, de las lavadoras). Que tenían un tiempo determinado y cuando se averiaban y querían cambiarle una pieza la planchada valía más que la camisa. Era un absurdo en todas sus consecuencias que afectaba directamente a los bolsillos, ya sabemos que las madres han sido las mejores economistas domésticas. Sin querer queriendo mi madre desde el sentido común estaba describiendo lo que se llama la obsolescencia programada ¿Qué ese trabalenguas de palabras? Es un trampantojo empresarial en que se programa la caducidad del producto a vender. Es decir, que el producto tenga una determinada vida útil y pasado ese tiempo mueren, y forzosamente tienes que comprarte otro, es activar al consumidor o consumidora compulsiva que llevamos dentro. Y una de las marcas que mejor han entendido esto es Apple. Es sabido del caso de un Ipod cuya batería no podía sustituirse una vez agotada su capacidad que para más inri tenía vida sospechosamente corta lo cual le valió a la empresa varios líos judiciales. En esta misma línea tenemos que los productos de Apple son inexpugnables salvo por herramientas de la propia marca y cuyo servicio de reparación es caro. Está muy claro que lo tienen atado y muy atado. Otra muestra de esta obsolescencia programada lo tenemos en que muchas impresoras están programadas para funcionar determinados números de copias. O que el cierre de tu pantalón o casaca que compramos se rompan en menos de un año siendo la posibilidad de reemplazarlo muy caro y difícil. Es una forma engañosa de ciertas empresas poco éticas y sin sentido de responsabilidad tratan de acelerar sus utilidades en el corto plazo. Ni que decir de los enormes costes ambientales de los residuos de estos aparatos. Para hay que estar con los ojos muy abiertos y muy informados.

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