La primera piedra sigue allí, invicta, invulnerable, soportando el paso del tiempo, la agresión de la intemperie, el tráfico de los hombres. Es como una presencia dominante que ha olvidado el pomposo día de la ceremonia donde se le puso con la esperanza de que dentro de poco se iba a iniciar la obra tan esperada por generaciones que de vez en cuando reclamaban a las distintas autoridades. Estas se hacían los locos o los desatendidos, prometían cualquier cosa y al final la obra quedaba en nada. Así fueron pasando los años hasta que apareció esa autoridad edil que se llenó la boca con el inicio de la obra.
Luego de gestiones que iban y venían, de firmas de convenios, de acuerdos y arreglos con otros, logró contar con el presupuesto que no era poca cosa. Después, con escándalo, se hizo la licitación correspondiente y se sembró esa primera piedra con una ceremonia que contó con sus invitados de honor, su brindis desbordante y de sus emocionados discursos. La primera piedra quedó allí y todo el mundo pensó que la obra iba a comenzar con buenos vientos y mejores auspicios. Pero pasaron los días y hasta ahora la obra no empieza. La primera piedra sigue allí, tenaz, en el lugar donde le sembraron.
Es lo único que queda de la obra prometida. Nadie sabe debido a qué factores la obra todavía no se inicia. Nadie sabe debido a qué abulia o pereza la empresa ganadora de la licitación no pone a sus obreros a trabajar. Hay rumores que dicen que ciertos pobladores impiden que la obra se inicie, pues quieren una paga porque la obra va a pasar por sus terrenos. Ello puede ser verdad, pero la verdadera razón para que la obra no comience es el peso de la desviada tradición de la obra frustrada o inconclusa que abunda entre nosotros.