La muerte de Elissandro Spohr
– La muerte adrede no es para cobardes
¿Alguien podría seguir viviendo sabiendo que en el local de su propiedad han muerto más de 235 personas por una negligencia? Esto parece ser lo que le pasa a Elissandro Spohr, uno de los propietarios de la discoteca Kiss donde el pasado domingo murieron cerca de 230 personas que fueron aumentando paulatina y macabramente luego que los heridos sufrieran una serie de complicaciones relacionadas a la asfixia y las quemaduras. De hecho, de los 80 que aún permanecen internados, 75 de ellos aún están en estado crítico, lo que hace prever que Spohr, si no ha culminado su suicidio lo hará pronto.
Aunque lo salvaron esposándole las manos luego de su primer intento de ahorcarse, su abogado presume que volverá a intentarlo hasta que cumpla con su tarea. La muerte en su caso, podría ser el descanso equivalente a la paz, puesto que el embargo y otras acciones judiciales que le han impuesto en Brasil, no parecen ser suficientes para calmar su angustia. ¿Elissandro está actuando de manera cobarde? Los cristianos podrían decir que sí, pues su vida no le pertenece y solo Dios se la debería arrebatar. Algunos historiadores dirían que se aplica una estricta justicia que no remediaría la pena de todo un país, pero que sumaría en este propósito claro que sí.
Algo contrariamente pasa el vocalista de la banda Gurizada Fandangueira que utilizó la bengala que originó el incendio al declarar que el juego que utilizó era barato y responsabilizó a los dueños. Sacó cuerpo, como diríamos en el Perú o como lo que pasó con los dueños de la discoteca Utopía en Perú, donde luego de largos años de procesos judiciales nunca los propietarios tuvieron una pena significativa o acciones judiciales y de embargo como se han decretado en Brasil. La cobardía afloró acreditada en la más esencial forma de vida que hay cuando se tratan de asumir responsabilidades de toda índole en el Perú. “Achicarse, arrugar ante la sanción y el reconocimiento del error o el delito”.
Claro que la cobardía no es exclusividad de los peruanos ni Alberto Fujimori ha sido el creador de esta personalidad tan arraigada a nuestras costumbres, él ha sido uno de los últimos, claro, pero no el único, (pidiendo indulto con el cacareo de sus acólitos es solo un eslabón del rosario de cobardías que hay en su haber). Hay múltiples ejemplos, Nicolás de Piérola al ordenar al coronel Leyva retroceder ante su apoyo a Bolognesi, el mismo Mariano I. Prado al fugar a Inglaterra y refugiarse en Francia en momentos de la guerra, los hacendados de Lima ofreciendo fiestas al invasor en pleno conflicto del Guano y El Salitre como lo narró en sangre Manuel Gonzáles y sucesivos gobiernos en no declarar con hidalguía errores, faltas y delitos buscando una absolución en el desmemoriado “populorum”.
La cobardía de no comparecer ante la muerte como mediadora de justicia, tiene también sus referentes a nivel internacional, por ejemplo, el propietario del ‘Titanic’ Joseph Bruce Ismay Presidente de la naviera del ‘Titanic’, escapó en uno de los pocos botes salvavidas. Las mujeres y los niños, después, algo de eso ocurrió con el capitán del siniestrado crucero Costa Concordia, Francesco Schettino, que escapó del crucero cuando este se hundía y ya en el colmo de la estupidez, pero sobre todo cobardía dijo haber caído accidentalmente en un bote salvavidas.
La cobardía de ser un sentimiento natural, dicen los psicólogos, se refuerza en la sociedad donde se desarrollan los individuos. En una sociedad más cobarde es natural que en mayoría sus individuos reflejen en diversos ámbitos esta condición, que en otros casos podría ser excepcional. Por eso, cuando nadie vaya a llorar a Elissandro Spohr y los deudos de los jóvenes de la discoteca Kiss en Brasil se enteren de su posible muerte, tal vez se compadezcan y puedan entender seguramente del sufrimiento de este sujeto, verbo y predicado para intentar por todos los medios quitarse la vida. Si fuera su amigo, creo que lo entendería, y lo visitaría por supuesto y hasta podría quitarle las esposas que lo tienen amarrado a la cama.
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