La memoria permanente
En su hora definitiva, en su mejora permanente, los antiguos moradores al borde del Amazonas lo celebraban como algo suyo, como algo definitivo para ellos y ellas. Absurdo como la matanza taurina de toros, de reses, de gallos, de gallinas, de cerdos, de perros peruanos, de seres de cualquier fundo, como si matar fuera algo permitido en una enfermería de enfermedades naturales como se suele decir en ocasiones. Las pestes acabaron con tantos oriundos. Pero permitieron la migración de los cuerpos, según el Tuyuka Iran o Tierra sin Mal,
En ritos de origen, en ceremonias ancestrales, en dones mutuos de tantas fecundidades, en historias nunca contadas, el Amazonas se noticia entre los cocama o entre los otras nacionalidades. Parece una paradoja de que tantos líderes se ornamenten para el poder. Pero todo es el poder detrás de la imagen peruana del Perú, el todo del mundo y hasta Vallejo. La certificación nos parece importante, pero no es la única fiesta que debemos a la sociedad amazónica de estos tiempos.
Conviene no olvidar todo ello ahora que el Amazonas es grande para el mundo. Los navegantes de Orellana quedaron fuera del escenario. Lejos de la habitual aldea local. Desde ese sentido y desde esa orientación los navegantes fueron otros. Pero la historia índica que hacia 1917, algo que no reconocen escribas como Roger Rumrril y el cura Joaquín García Sánchez, quienes le mintieron al marqués de Vargas Llosa como lo demostró Manuel Cornejo sobre las rebeliones indígenas en la época del caucho, marca otra época. Una época donde los nativos tienen la última palabra y no los supuestos expertos.