El candidato Julio Guzmán no dejaba de meditar profundamente antes de iniciar los ajetreos diarios de la campaña política. Era una manera de encontrar la calma en el torbellino, de suscribir la paz en medio de tantos desmanes. Cuando alcanzó el segundo lugar sus meditaciones se volvieron más prolongadas. En postura contrita, con las manos en actitud de rezo, el cuerpo paralizado e inmóvil se quedaba como una estatua algo así como media hora y nada ni nadie podía sacarle de su profunda concentración. Los días fueron pasando y el candidato se quejaba de que tanto esfuerzo proselitista le quitaba tiempo para hacer lo que más le gustaba: meditar.
La meditación para él era un escapar del instante, un aquietar sus inquietudes y un soñar con grandes cosas. Era urgente y necesario que por un momento se desconectara de su presente para entrar en una zona agradable donde el bien y el mal no existían. Desde hacía muchos años meditaba después de levantarse de la cama y siempre emergía de esa inmersión con las energías renovadas. La campaña del año 2016 continuó complicándose y Julio Guzmán decidió robarle un día entero para dedicarse a meditar sobre estas y otras cuestiones. Fue así como en cualquier momento dejaba de hacer lo que estaba haciendo y se perdía en su concentración. Luego de la profunda meditación surgía con más bríos para seguir en la contienda política.
Cuando las encuestas dijeron que Julio Guzmán atropellaba, amenazando ganar el primer lugar, la meditación se convirtió en lo más importante. Tanto que aprovechaba cualquier momento para perderse en una profunda evasión de la realidad. Tan intensa se volvió esa costumbre que antes del día central de las elecciones, cuando todos sus partidarios de ambos sexos esperaban que se fuera a votar, se perdió en una meditación tan profunda, tan intensa, que le duró meses.