La marginalidad entre las aguas
En el frio mundo de las cifras alineadas, de los números acomodados, el Perú crece más que ningún otro país del continente. Esa sumatoria, que para algunos es motivo de delirio y de ganancia, no tiene ninguna importancia para los que viven en los arrabales y los suburbios de la marginalidad nacional o regional. A esos lugares oscuros y formidables no arriban nunca el cacareado crecimiento, las pingues inversiones, el metálico brillo de los excedentes. Ni siquiera el crudo asistencialismo de siempre. Por ejemplo, en la calle Las gaviotas, de Punchana, el crecimiento es de otra índole y no es motivo de alborozo, ni de ganancia.
Es la inundación de rio Nanay. Ocurre todos los años con una soberbia puntualidad. Y, sin embargo, nunca existe un plan de contingencia para aminorar los costos y los peligros de las crecientes. Ahora los moradores de dicha arteria, que ya no es el pequeño y también marginado caserío donde las aguas no causan tantos daños, tienen que vivir entre y sobre el Nanay desbordado. Tienen que vivir fluvialmente en lo precario, en lo inmediato, en una especie de encarnizada lucha para no sucumbir. Las cifras del crecimiento se siguen mencionando con orgullo incaico, con suficiencia perulera, pero los moradores de ese y tantos otros lugares ni siquiera se enteran de tanta bonanza. Y se ocupan de capear a duras penas la halagación.
El Nanay siempre ha crecido y los misioneros que entonces le recorrían dan cuenta de las inundaciones. De ese mar de agua oscura y dulce. Pero las autoridades son siempre sorprendidas por los desbordes fluviales. Nada hacen antes, como si las crecientes fueran un invento de última hora. Solo una catástrofe les hace reaccionar mal que bien. Las cifras del alabado crecimiento no llegan a Las gaviotas. Ni en tiempo de vaciante. Solo arriba la creciente como una metáfora de otros males, de otros incrementos, de la marginalidad peruana.