Una vez derogada la ley de empleo juvenil el Congreso republicano, en uso y abuso de sus atribuciones y confabulaciones, procedió a buscar la manera de derogar una ley lesiva para los intereses al contado de los pobres y nunca bien ponderados peruanos. Se trataba de la ley del hampa que no estaba regulada o reglamentada pero que tenían muchos seguidores en el término de la distancia. Dicha ley era malandrinaje puro y generaba promociones de bandoleros y asaltantes que a cada rato hacían de las suyas. Era imperativo que se viera esa ley para acabar con su dictadura que generaba muchas víctimas.
Todos los congresionantes en pleno, en uso y abuso de sus atribuciones y confabulaciones, procedieron a entrevistar a curtidos cuadradores de la esquina y la bocacalle, a eximios escaladores mañaneros o nocturnos, a diestros escapistas que casi acaban con los objetos de las oficinas del citado Congreso republicano. Luego se contrataron los servicios de sendos asesores que habían estado en celdas sin número para conocer más a fondo los mecanismos legales de esa ley que tenía tantos cultores en un país ganado por la conducta corrupta.
Una vez maduras las uvas y las taperibas, el Congreso en pleno decidió reunir a sus miembros para la votación correspondiente y fue así como se logró derogar la ley del hampa por una amplia mayoría. Se registró y se archivó el caso y a partir de allí las cosas fueron mejor para los pobres y tristes peruleros que vivían pensando en comer. En la misteriosa ciudad de Iquitos un sector de la ciudadanía hizo marchas contra esa decisión del legislativo, pues afectaba sus intereses personales y colectivos. Esos protestantes eran los más acérrimos cumplidores de ley del mundo del hampa, y se atrincheraron en un bar de mala muerte de donde fueron desalojados por la policía.