LA INSÓLITA NAVEGACIÓN DE LIBROS
En uno de los tantos barcos que andan por los caminos acuáticos de esta nación de marañas, tanto por sus bosques siempre amenazados como por sus entretelas, enredos y camorras de su convulsa vida política, navegaba entonces un cargamento inusitado. En apretado estivamiento como si fuera la leña de antes, soportando otros pesos y medidas, amenazando con padecer alguna anomalía en el trance del viaje, iba un lote de libros. Libros editados en Iquitos, esa urbe dominada por el Dios del amor, a la idolatría a lo iletrado.
En la surtida Biblioteca del Convento de Ocopa, sede franciscana donde está un respetable Museo Amazónico, algo así como 30 mil libros están permanentemente expuestos a la vista del lector o del simple visitante. Este cronista estuvo ante esas obras de distinto formato, de tantos tiempos y lugares, de variados temas y ocupaciones, y se embriagó de libros, gozó ante los ejemplares mostrados en una amplia sala que describe un vasto rectángulo. Era entonces como eso del gato en la despensa y la promesa de una orgía de lectura. Eso mismo sintió durante el viaje de dichos libros a Requena, destino final de esas obras que viajaban por el Amazonas, para luego agarrar el Ucayali que se iba serpenteando como en la célebre melodía.
La dicha es corta, casi siempre. Y este escriba no pudo fabular sobre placeres posteriores gracias a las obras editadas por Tierra Nueva, porque a su mente acudió el naufragio de ejemplares que torció el destino de la nutrida biblioteca de Hernando Colón. El hecho ocurrió hace siglos y sirvió para una crónica ya publicada, pero la desgracia fluvial ignora esas cosas y puede ocurrir en cualquier momento en el boscaje. Y no es nada masoquista imaginar una zozobra con la ilusión descabellada de que no suceda. No aconteció lo que temíamos por intervención del azar o por milagro de la buena fortuna, y los libros Antología esencial de Ernesto Cardenal, Animal de lenguaje de Carlos Reyes, Lo que no veo en visiones de Ana Varela, La jungla de oro de Javier Dávila, arribaron a buen puerto.
En la pobre, ignorada y fragmentada historia del libro en la floresta del Perú último no era la primera vez que navegaban libros. Las obras sintieron la aventura de los viajes. Para que se edifique la primera biblioteca del que tenemos memoria, la de La Laguna, las obras tuvieron que llegar a través de los ríos, en canoas, botes o balsas. Desde San Regis, durante la feroz expulsión de los jesuitas, iban de viaje varios libros, hasta que a Francisco de Aguilar se le ocurrió que los misioneros desterrados tenían que quemar sus propios libros y otros papeles. Algunas obras también navegaban meses durante los viajes de don Francisco Requena, autoridad que tenía el hábito de la lectura. Ese fecundo vicio ahora brilla por su ausencia en estos arrozales. El naufragio del libro ocurre en otra parte. En las aulas de clases.
La aventura navegante de los libros citados era con motivo del plan “Mejorando los niveles de comprensión lectora”. En total arribaron, por agua y en cualquier ambiente de una nave, a la llamada Atenas del Ucayali, 21 cajas que albergaban 1,685 ejemplares. Era el instante del inicio de la segunda etapa prevista para este año del 2013. Alineados en uno de los ambientes del colegio Padre Agustín López Pardo, antes de ser entregados a distintos docentes de ambos sexos, parecían algo imposible en una región donde el libro es un convidado de piedra. Una de las cosas que más llama la atención es que en la jornada de lectura están lugares lejanos como Bretaña, San Roque en el Maquía, Alto Tapiche, Bagazán, Tamanco y otros sitios. Es decir, no solo la urbe requenina.
El emperador oriental Shi Huang Ti, antes del alcantarillado y otras berenjenas, fue uno de los primeros en mandar quemar libros. Eso quisieran algunos oscurantistas en este país. Incinerar, destruir, desaparecer, obras antes que permitir que los estudiantes aprendan a leer. Para esos energúmenos la ignorancia perpetua es un supuesto aliado de sus granjerías y ganancias, de salarios baratos, de falta de cuestionamientos. Por eso tantos gobiernos nada hicieron para mejorar la comprensión de texto. Por eso, durante la gestión del ampuloso Alejandro Toledo una sección de las Naciones Unidas que hoy por hoy pretende implantar el libro y la lectura en el mundo, se marchó de este país. La tarea que queda es imitar al incinerador de hace tiempo. Pero se tiene que quemar la ignorancia, para acabar de una vez por todas con ese terrible último puesto en lectura.
Percy Vílchez Vela