Como consecuencia de un tuit de pésimo humor sobre el holocausto judío, altamente tóxico, un concejal del Ayuntamiento de Madrid tuvo que dimitir de la concejalía que le había encargado la reciente elegida Alcaldesa. Pero este incidente en lugar de generar un debate de una sociedad abierta a generados gruñidos y baladros sin sentido, desgraciadamente en España no se discute, se vocifera. Se hiere al otro pero no se discute. La prensa conservadora ha soltado a sus perros de presa y no le importa contradecirse, la consigna es: hay que liquidar al contrario. Una publicación en la misma dirección, que rozaba el mal gusto, fue la caricatura de un semanario francés mofándose del credo musulmán ¿estamos ante casos de libertad de expresión como se argumentó?, ¿esta tiene límites? La derecha e izquierda de este lado del planeta azul salieron a las calles y dijeron algo así todos somos Charlie. Esa gavilla de exaltados no se puso a pensar que se puede herir la susceptibilidad de las personas con creencias y culturas diferentes a lo que ellos encarnan ¿vivimos en un mundo global? Ellos y ellas, blancos y con dinero, son los portadores y encarnan la verdad y la libertad del globo terráqueo. Muchas veces veía este incidente como una expresión del neocolonialismo en que estamos envueltos. Advierto que para nada justifico el asesinato contra esos periodistas. Esas muertes mostraban que el enemigo no está en las colinas lejanas sino en tu propio país. La libertad/derecho a la libertad de expresión como todos tiene límites. A través de ella no se puede lesionar el nombre de una persona o de colectivos pero en esta parte de la península se trasgrede con cierta facilidad y beneplácito. Es que treinta años de democracia, como es el caso de España, no son nada para educar a la ciudadanía con los valores de la libertad responsable.