La huella de la barbarie

En la desesperanza del mundo actual, la mujer todavía ocupa un lugar secundario, subalterno. La imagen que se tiene de ella en estos desvíos, en la mayoría de las veces,  la limita al ámbito de su casa, al servicio incondicional del varón, a la sufrida crianza de los hijos (as).  Todo ello lo contradice la historia de la mujer de estas espesuras. Hay nombres ejemplares, hay hechos fidedignos. La mamanchic en 1450 hizo la primera marcha de protesta; y todavía contra un inca atroz. La evangelizadora sheteba Ana Rosa cumplió importante  papel en el destino de su aldea. En el presente, la  laboriosa, incansable y tenaz mujer shipiba dirige la vida de la comunidad.

En el impresionante cartel reciente se lee: “No quiero tu piropo, quiero tu respeto”. La frase es una aprestada síntesis de la aspiración femenina, donde no es difícil adivinar la búsqueda de derrumbar el mito del objeto sexual, equívoco que tanto varón de pelo en pecho  repite como una verdad incontrovertible, sin sospechar que todo piropo, aun el más lírico e inspirado,   es una agresión.  Las mujeres hasta abajo deben estar tan asqueadas de los babosos que renunciaron  a los supuestos halagos de la verba florida y quieren ser consideradas como seres humanos. Esa petición surgió a raíz de un movimiento femenino casi universal con un nombre procaz,  producto de la infortunada declaración de un policía canadiense.

En tantas partes de la tierra se venían dando marchas impresionantes. Las mujeres se unieron en colectivos respetables para decir su voz, para hacer sentir su protesta. Uno que conoce el espíritu de papagayo de las gentes de la peruanía, pensó que se podía imitar lo bueno, lo civilizado. Pero nada. Cuando, en uno de nuestros tantos ensueños, imaginábamos que en Iquitos se hacía una manifestación de tantas damas maltratadas, apareció  un sujeto de armas tomar que masacró a una mujer, a su propia esposa. En la espalda de la víctima se puede ver la marca de la hebilla del cinturón. Nítida, descarnada, esa huella es el registro de una barbarie. La del machista  extraviado, la del gallo garañón  que canta en cualquier corral, la de don Juan Tenorio aunque sea de cocha.