La milagrosa hormona Mots-c revolucionó el mundo después que fue descubierta por desvelados estudiosos de la universidad del sur de California. Era excelente para adelgazar. Bastaba que cualquier persona tomara unas cuantas pastillas para que su cuerpo quedara ligero como siempre, como si hubiera hecho una dieta formidable o como si hubiera realizado ejercicios durante un mes entero. El consumo de esa hormona no tenía efectos colaterales y el grave inconveniente de la gordura, tara que todo el mundo rechazaba, quedó atrás.
Las personas podían comer lo que quisieran, inclusive la comida chatarra, porque la mencionada hormona entraba en funcionamiento acabando de inmediato con las grasas. Era increíble la celeridad como actuaba como si tuviera prisa por acabar con la obesidad. Los glotones, los que vivían comiendo, los que abusaban de la mesa, estaban de fiesta. El consumo masivo de esa hormona convirtió a la humanidad en una raza alejada de lo rechoncho y los seres eran delgados o esbeltos así no practicaran ningún deporte. Era una generación libre de los terrilbes y temibles rollos, gracias a esa hormona que primero se experimentó en ratones. El único lugar donde la citada hormona no hizo su efecto conocido fue en la remota ciudad de Iquitos.
Nadie sabe debido a qué factor la hormona Mots-c perdió su poder adelgazante al ingresar al ruidoso, juerguista y sucio espacio iquiteño. En vez de combatir los indeseables rollos, las nefastas acumulaciones de grasa, estupidizaba a los iquiteños que la consumían masivamente. Para evitar el deterioro de esa ciudad los estudiosos de la universidad norteamericana trataron de cambiar algunos componentes de la hormona, pero la cosa fue peor. Dicha hormona no solo acabó estupidizando a los iquitenses sino también engordándoles. Era una fea gordura glotona que no se detenía, y la dichosa hormona tuvo que ser prohibida en esa extraña ciudad.