LA HORA EXACTA

Los que mandan en el condado iquitense, los que tienen la cacerola por el mango, la olla por el borde, la paila por el asa, tienen en esta notable  coyuntura la gran ocasión de portarse bien, de hacer siquiera para la sal. Sucede que en Lima, que también es el nombre de una fruta dulce o de una herramienta de carpintería o un apellido, a partir de la fecha se impondrá una multa oportuna, una sanción ejemplar.  148 soles contantes y sonantes pagará todo aquel dañado, todo aquel infeliz,  que toque estúpidamente el claxon, bocina, pito, silbato o como quiera llamarse a ese bendito aparato que incrementa en gran manera la peste del ruido.

Es el momento exacto para hacer lo mismo en esta ciudadela de marras, donde el claxon es una manía enfermiza, una obsesión de desadaptados. Ciertos conductores, a cualquier hora y en cualquier momento, invaden oídos ajenos con esa tontería incorporada a sus vehículos. Por las puras, porque les da la regalada gana, meten bullicio y ellos mismos son las primeras víctimas, lo cual es precisamente estúpido. En realidad, lo que quieren es llamar la atención, darse importancia. Y es penosa esa inmadurez, pues así se incrementa el paquete del ruido feroz de todos los días de nuestras pobres vidas.

Los que mandan en estos tahuampales sonoras, en estas soledades con bullicia, deben dejarse de cosas. De simulacros, de poner a trabajadores en las esquinas a medir el nivel de la emisión de decibeles. Deben guardar donde no le ve el sol el sonómetro de marras. Antes que reviente con tanto ruido en cualquier parte y a cualquier hora. Es hora de pasar a la acción, mientras el fantasmal comité contra el ruido brilla por su ausencia. En el escenario nacional hay una multa que corre y vuela contra los ridículos que tocan sus pitos por las puras pelotas. Es posible imitar los buenos ejemplos.