En una espectacular cacería fue capturado ayer el sujeto Martín Reátegui. El citado no fue detenido por atentar contra una muestra de fotos sobre la era del caucho, sino por tratar de liberar a ese asesino conocido como Abimael Guzmán. Según fuentes confiables, el aludido violentista no tenían ni un arma de juguete a la hora en que pretendió liberar a su jefe máximo. Para tan protervo intento estaba disfrazado de cura. La sotana le quedaba demasiada ancha y por eso los policías entraron en sospechas ante su presencia de impostor e iniciaron su persecución implacablemente.
Después de la captura de tan peligroso sujeto, el asesino Abimael Guzmán declaró que ignoraba quién era Martín Reátegui. No le conocía ni en pintura y menos en matanza de perros, y no creía que fuera militante de sus fuerzas vencidas desde hacía años, porque paraba pericoteando entre regímenes reaccionarios, asesorando conflomerados burgueses y participando de una vida muellle que nada tiene que ver con su prédica exigente. Luego refirió que va a pedir a sus partidarios que están libres que le desenmascaren en el término de la distancia y le sometan a un juicio popular.
El juicio al increíble Martín Reátegui viene concitando la atención de toda la farándula, de los programas cómicos y de los malos periodistas que copan las sintonías del respetable. El citado niega ante la justicia que haya tratado de liberar al derrotado camarada Gonzalo, y trata de pasar como un intelectual de polendas sin haber publicado una sola obra valiosa. Luego asegura que se vistió de cura porque quería visitar una biblioteca cercana a la celda del líder de los corchos de las armas. Después quiere bendecir a los que le juzgan amenazándoles que, caso contrario, les espera el infierno. Se espera que la justicia no sea tan benévola con semejante ejemplar de la raza de los traficantes.