La gestión sin catastro

Los mayas también inventaron el cero. Y no le pusieron a la izquierda como hace tanta gente aquí en esta urbe. Sucede, ocurre, acontece, que los números se han alterado, cambiado de ubicación y de valor, huyendo de la elemental lógica matemática, de una primariosa aritmética que sirve para contar de menos a más. En algunas calles iquitenses uno más uno es otro. No dos. Es imposible que la sumatoria sea exacta. Debido a la numeración de las casas. Si un parroquiano quisiera seguir al pie de la letra esos números, se perdería. No encontraría jamás el número buscado. Se volvería loco sin hallar nunca su destino. ¿Qué ha sucedido para que exista tal caos en algo tan elemental? 

La respuesta académica podría ser que todo ello ocurre porque andamos últimos en comprensión de la ardua matemática. Pero ello no basta. Andamos últimos también en gestión edil. Los que saben, aunque Alan sepa más, sostienen que lo primero que tiene que hacer una gestión municipal es el catastro. Para ordenar tantas cosas, para enderezar entuertos, para limpiar estorbos, para evitar desmanes urbanos, para numerar casas. Nadie puede gobernar, lo que equivale a tomar decisiones, si desconoce cosas elementales sobre el lugar y sus moradores. El catastro es la base de cualquier medida a tomarse. Una medida digna de un catastro no es un hecho aislado como lo que acaba de ocurrir en la gastronómica  y gallinera esquina de Grau con Alfonso Ugarte. 

Un burgomaestre moderno no gobierna de acuerdo a su humor del momento o a sus ocurrencias diarias. Y eso sucede con la actual gestión edil de Maynas. Después de la limpieza plumífera de la esquina aludida no pasa nada con los otros desastres que afean, enturbian, conspiran contra la tranquilidad del ciudadano, la ciudadana. ¿Tan difícil es entender lo elemental de una gestión de gobierno local?