Continuando con el espíritu renovador de la campaña política,  los candidatos de Loreto acordaron dejar de lado las palabras o los actos estériles para trabajar en bien de la ciudadanía. Luego de desechar otros rubros eligieron ocuparse del complicado y caótico tránsito vehicular. Vestidos con sus colores partidarios, mostrando el número que les designaron y provistos de silbatos, se adueñaron de las principales calles de la ciudad de Iquitos y comenzaron con la ardua labor.  En medio del desorden, del bullicio, los candidatos hicieron esfuerzos denodados para dirigir el tráfico de vehículos.

En un momento decisivo tuvieron que optar por detener a esas unidades deplorables que arrojaban descargas de humo, esos vehículos destartalados que dejaban caer sus piezas y esas carcochas que funcionaban por milagro. La labor de limpieza generó un cementerio de chatarra que ocupó toda una cuadra en un lugar de la periferia de Iquitos. Luego los candidatos procedieron a revisar a todo vehículo para verificar si tenían los documentos en regla. Fue así como aparecieron las batidas comandados por ellos y secundados por agentes de la policía y del serenazgo. Todo marchaba bien en esa tarea y las calles empezaban a mostrar un mejor aspecto y otro orden, cuando en el horizonte aparecieron los motocarristas.

Los candidatos,  en conjunto, se vieron obligados a huir por los techos de las casas cuando fueron embestidos por hordas de motocarristas que les acusaban de pervertir el orden público y de querer aprovecharse con el asunto de las revisiones técnicas. Luego de la desaparición de los candidatos de las calles volvió al caos y el desorden y el tránsito  vehicular es ahora algo primitivo. Y circulan motos con una llanta, motocarros con dos llantas, vehículos que dejan caer sus piezas mientras avanzan echando espeso humo. Nadie puede circular  libremente por las calles pues puede terminar atropellado  por conductores que no respetan nada, ni la luz de los semáforos.