La suspensión oficial de la fiesta de carnaval en el Perú desató una vigorosa oposición de parte de los candidatos. Sucedió en aquel tiempo que los unos y los otros saltaron de sus asientos y de sus campañas y se opusieron con el argumento de que esa parranda era importante porque ponía su cuota para enriquecer la campaña política, puesto que algunas de las propuestas resultan sumamente carnavaleras. La carnestolenda no era una simple celebración social y cívica, con agua de por medio, sino que era una expresión de las opciones que manejaban campantemente los candidatos.
En la ciudad de Iquitos los candidatos formaron un colectivo para impedir la clausura del carnaval 2016. Con marchas de protesta recorrieron las calles defendiendo su derecho a participar en esa basada fiesta. En carteles pintados decían abajo a la prohibición y pase desenfrenado a la campaña que tenía mucho de carnaval, de burla y de homenaje al único rey valido del Perú, el soberano Momo. Luego en entrevistas y discursos defendieron a capa y espada su derecho a divertir a la gente que votaba por ellos. Era imposible imaginar una urbe sin candidatos con sus astracanadas y sus propuestas disparatadas. Pese a todo nada pudieron hacer y el carnaval continuó prohibido.
Es que en Iquitos la suspensión de la carnestolenda nada tuvo que ver con alguna crisis o con la conservación de las buenas costumbres. La falta de agua fue la razón mayor para ese veto. En aquellos días de ese febrero la empresa prestadora del no servicio de agua potable entró en una grave crisis. Tanta era la crisis que durante días no hubo ni una sola gota del líquido elemento en ninguna parte. Hubiera sido un bochorno que los jugadores de carnaval trataran de mojar a los otros con envases vacíos. De tal manera que las dignas autoridades, en aras de conservar el orden, decidieron prohibir dicha celebración.