Escribo este artículo a petición de varios de mis lectores en las redes sociales, y a un compromiso que asumí ayer en el programa radial “La Razón”; de radio Arpegio que conduce mi buen amigo James Beuzeville. En una de estas viejas fotografías de la plaza de Armas de Iquitos de los años 70, se observan los incipientes árboles de mamey (pomarosa), adornando sutilmente al obelisco en homenaje a los caídos en la guerra del Pacífico. Árboles de mamey que posteriormente llegaron a medir hasta 6 u 8 metros de altura y proporcionaron sombra durante el día a los pobladores que se sentaban a descansar en sus bancas, todo transcurría de maravilla hasta que a principios de la década del 80; a las seis de la tarde comenzaba el show. Las golondrinas aparecían en el horizonte, se acercaban y comenzaban a describir círculos por encima de la Casa de Fierro. Luego de su vuelo vertiginoso, unas veces se elevaban más rápidas que una saeta, otras se dejaban caer como plomo, y al rozar los árboles de mamey se deslizaban por encima de su copas con loca velocidad, tocando las florecillas tan típicas de estos árboles con la punta de sus alas; sutilmente se  acercaban a la torre de la iglesia Matriz, tocaban el campanario y se posaban al alero del techo del casino militar; algunas alargaban el pico y hasta metían  la cabecita dentro del agujero del cielo raso; y como por alegría creciese su canto, no se oía otra cosa en el espacio que el canto típico de estas hermosas aves.

Otras golondrinas preferían el alero del palacio Municipal,   tocaban la fachada con sus picos y se alejaban para volver otra vez. Los vecinos las observábamos absortos. Como si de pronto viniera la noche, una bandada gigante de golondrinas improvisaba en el cielo una suerte de danza que las conducía hacia la Plaza, la cual era literalmente tomada por ellas, quienes daban todo un espectáculo de maniobras acrobáticas en el aire, dejando atónitos a todo aquel que observaba tan maravilloso acto, y que luego de ello, pernoctaban en los frondosos árboles lamentablemente terminando su show descargando sus excrementos indiscriminadamente sobre toda la plaza. Que produjo muchos reclamos de los vecinos, por el olor y la blanca carpeta de excremento que cubría la plaza de Armas, producto de su defecación mientras se posaban en los árboles de mamey, aunado al despiadado sol produjo un olor nauseabundo y tóxico a la mañana siguiente.

La reunión de los pintorescos pájaros empezaba 20 minutos antes y poco después, sobre nuestra plaza de Armas, el cielo se cubría de golondrinas. Parecía como si cada una de ellas era un componente de una inmensa escenografía, aunque acabara cobrando importancia por sí misma. Es que cada grupo se encontraba fuertemente cohesionado, y a la vez cada golondrina parecía disfrutar de una gran  independencia. Podría decirse que su valor metafórico era enorme, de ahí el carácter sugestivo del conjunto, pero también de su autonomía y por tanto su capacidad de ser un espectáculo individual de cada pequeño grupo que conformaba el total. En ese todo, habían formas discontinuas de movimiento perpetuo, quizás mapas de lugares imposibles, archipiélagos. Imágenes plenas e intersticios se delinean en el dibujo que se genera en el aire. Después de este espectáculo, las golondrinas se disponían a dormir, previa secuencia de chirridos y reclamos que emitían y que algún vecino compara mal, con la charla de un grupo de mujeres. Al día siguiente, aproximadamente un poco antes de las seis de la mañana, se despertaban y volvían a volar en pequeñas bandadas hacia los cuatro puntos cardinales, sin destino exacto conocido.

Otra particularidad de la «invasión» de golondrinas es el sonido. Alrededor de la plaza, al arribar en las tardes el canto parecía  amplificado por parlantes, los gorjeos de las golondrinas son distintos cuando están posadas y cuando vuelan. Vinieron a Iquitos unos ornitólogos canadienses que instalaron un equipo de ultrasonido que emitía un chillido agudo, imperceptible para el oído humano, que espantaba a las aves. «Funcionó por dos días y en los siguientes cuatro, volvieron a aparecer”; inclusive en mayor cantidad y era tremendo, porque se contaban como miles. Parecía una inmensa nube negra en pleno movimiento. Aquí es importante resaltar la convivencia con las golondrinas y el calor muy típico de nuestra ciudad. Y es que si existe un detalle que une a las golondrinas, es que migran durante el día y duermen por la noche. El promedio de velocidad que alcanzan al volar es de 50 kilómetros por hora; la altura, unos mil metros. La técnica tiene su particularidad: rápido aleteo durante 2 o 3 segundos, planeo por 5 o 6. Una vez en el aire, las bandadas componen (por obra exclusiva de la casualidad), formas curiosísimas.

Durante la década de ‘80 esto llegó a convertirse en una costumbre, y por cuatro años seguidos los iquiteños salían a verlas, parecía que el calor las atraía. Empezaban a aparecer cuando caía el sol. Al entrar la noche apenas unas manchitas grises  abandonaban de a poco las antenas, cables de luz y árboles de mamey. Pero media hora después convertían el cielo en una pantalla de televisión con la clásica lluvia gris post transmisión. Las golondrinas que anidaban en la plaza de Armas empezaron a ser molestas, porque este fenómeno natural que ocurría de enero a fines de marzo, y aunque las fechas no son exactas dependían de factores como el clima o la temperatura, etcétera. Los entendidos decían que venían desde el hemisferio sur y migraban hacia el norte del continente sudamericano. Durante ese vuelo (siempre en bandadas para ahuyentar y confundir a depredadores como aguiluchos) encuentran sectores que les resultan «agradables» para establecer sus nidos antes de migrar, durante abril, y más adelante seguían subiendo hasta Venezuela, Colombia y noreste del Brasil.

Lo curioso es que se empezaron a tejer varias leyendas acerca de las golondrinas, por ejemplo, que el excremento de las golondrinas podía causar ceguera; que las golondrinas eran las almas de los difuntos, que las golondrinas traerían buena suerte a la ciudad, etc; «Lo importante era darle a la lengua»; lo que sí es cierto es que era extremadamente complicado deshacerse de la basura tirada por estas aves y había que tener cuidado ya que en ellas se encontraba una bacteria que generaba enfermedades micóticas que es peligrosa para la vida de los seres humanos. Las golondrinas son aves ágiles e incansables, son insectívoras y recorren cada año miles de kilómetros en busca de calor, ya que su alimento es más abundante en ese ciclo que en otro; sorprenden por su velocidad y resistencia y están extraordinariamente dotadas para el vuelo. Quisiera acotar que la golondrina es un ave migratoria y tiene un admirable sentido de la orientación y recuerda los lugares de un modo sorprendente, siendo capaz de encontrar su nido del año anterior; incluso establecerse en el mismo lugar de anidación donde rompió el cascarón. Digamos que, en cierto sentido extrañamos a estos pájaros.

Las golondrinas llegaron a convertirse en un clásico de Iquitos, y la población se amontonaba en los sitios elegidos para poder ver a las fugaces danzarinas, al mejor estilo de los valses vieneses. Los iquiteños asistían a verlas de tardecita, hora preferida por estas maravillas, alegres y al mismo tiempo tiernas aves para realizar su espectáculo. Se recuerda como la bandada de estas aves se abalanzaba hacia los árboles de mamey con furia loca demostrando su acrobacia y misteriosa danza al mejor estilo de los afamados bailarines. La población contemplaba extasiada el ruido ensordecedor de sus melodías, ciegas de pasión, hasta chocarse entre sí. Muchas veces sin proponérselo caían muertas por el golpe. Entonces los sentimientos encontrados se percibían entre los mirones que contemplaban este gran espectáculo. Son imágenes que no se borran a pesar del tiempo.

La golondrina es posiblemente el ave migratoria más famosa del mundo. Desde antaño filósofos como Aristóteles o poetas como Bécquer se preguntaban dónde viajaban estas aves consideradas símbolo de lealtad y fidelidad, felicidad matrimonial o buena suerte en el hogar. Por cosas como esta es protagonista de numerosos mitos y leyendas. Algunos lo consideran sinónimo de pureza al permanecer mucho tiempo en el aire y no manchar su plumaje con la tierra. En China simbolizan la felicidad dentro del matrimonio pues son fieles a su pareja durante toda su vida. En la antigua Grecia las golondrinas eran estandarte de la clarividencia puesto que al dar de comer a sus crías, que nacen ciegas, les dan la vista.

Lo cierto es que las golondrinas siempre fueron símbolo de buenos augurios, en los sueños por ejemplo si están en una casa, significa que es un hogar próspero que ha conseguido su fortuna con honradez. Si anidan en ella, la felicidad se extenderá a todos sus habitantes. Si llega una bandada de estas aves, prepárate a recibir noticias de familiares lejanos. Quizá ellas eran nuestra buena ventura hasta que las autoridades trataron de controlar esta plaga de nuestros turistas aéreos nocturnos utilizando diversos métodos sin éxito; hasta que un alcalde «Illuminati» aprista decidió talar completamente los hermosos árboles (aplicando el viejo dicho «a grandes males, grandes remedios»), y con ello las golondrinas quedaron en el recuerdo y también la sombra que protegía las acaloradas conversaciones sobre la vida de cualquier persona perteneciente a la «Socialite local” que por desgracia pasaba por ahí, por parte de los señores de la 3ra edad quienes también apreciaban el espectáculo y se sentaban por horas en sus bancas numeradas los que formaron  el famoso «Club de los pájaros caídos», y que tuvieron el mismo triste final que las golondrinas; será acaso «Que el remedio resultó peor que la enfermedad».