La felicidad es subjetiva. Decir eso es sumamente objetivo. Hay gente que siente felicidad y algo de placer cuando toca y ve sangre y la derrama. Hay quienes sienten felicidad con la infelicidad de otros. Es decir, para todos los gustos y colores. ¿A qué vienen estas palabras? A lo siguiente.
Me despierto en Lima y leo que se organizó un homenaje al escritor chileno Roberto Bolaño –quien murió a los 50 años, cuando en realidad los escritores no deberían morir nunca porque son los que provocan tocar la felicidad- por parte de la Biblioteca Nacional de España y donde se destacó su faceta de lector: “Soy más feliz leyendo que escribiendo”, decía el chileno, según Rubén Aria, uno de los estudiosos que habló sobre las obras del escritor. Y uno ya no sabe si primero es la lectura o la escritura, me refiero a la prioridad, por supuesto. No a lo que aprende antes. Y es que uno, escribiente como es o quiere serlo, ha sentido la felicidad al leer las exageraciones amatorias de Gabo, las infidencias familiares de Roth, las descripciones exageradas sobre la selva de Roncagliolo, las barbaridades domésticas de Alfredo Bryce. Para no hablar de los clásicos. Pero también siente felicidad al escribir. Y, a veces, siente que se está al borde de la enajenación cuando escribe sobre lo que le gusta. Es decir, esas descripciones libérrimas sobre ciudades y gentes. Leyendo y escribiendo se encuentra la felicidad y que perdone el mismo Gabo los gerundios.
Porque la felicidad, creo, tiene que estar en torno a la literatura. Por eso se forma un acola inmensa para que el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa firme autógrafos en Larcomar y esos ciudadanos que tienen un libro bajo el brazo seguro que encuentran la felicidad eterna al leer lo que escribió Vargas Llosa en la primera hoja de “El héroe indiscreto”. “Con mucho afecto”. “Con cariño”. Esas frases ha escrito don Mario y veo que jóvenes y adultos salen de la librería al borde del éxtasis. No sé si han leído la obra pero la felicidad para ellos es mostrar, a quienes quieran atenderlos, la firma del Nobel. Desde mi esquina me resisto a hacer semejante cola porque es un acto comercial, de ficción. Estimulante para el autor y el público. Pero ahí nomás.
Así que la felicidad depende del cristal con que se mire. Pero todos coincidiremos en afirmar que siempre la palabra nos llevará a eso. Todo con la palabra, nada sin ella. La palabra es el instrumento de la felicidad porque nos permite expresar lo que sentimos. Por estos días que dedico varias horas del día a escribir y leer soy eternamente feliz, aunque vayan acompañadas de soledad y de cuatro paredes.