Al repasar las noticias que circulan en los diarios o en algunas redes sociales uno se topa con frecuencia que X, puede ser una modelo o actriz, luego de parir, luce un cuerpo de infarto según reza la coletilla y, seguidamente, te recetan los ejercicios y la dieta que ha consumido esos días. O pasados unos días o semanas ha recuperado el cuerpo perfecto y ha vuelto a posar, en muchos de los casos, recibiendo me gustas por miles en las redes sociales. Es que en el fondo necesitamos alimentar al insaciable narciso que llevamos dentro. Esa imagen dice mucho del mundo en que vivimos. Por lo general, los medios de comunicación lanzan mensajes contradictorios. En un mismo diario puedes tener una columnista feminista en toda regla, con argumentos cargados de razón, y a reglón seguido, el mismo diario explota descaradamente el cuerpo de la mujer con fotografías de ellas o que otro columnista alimente prejuicios machistas contra las mujeres. En algunos casos los diarios dejan páginas donde anuncian masajes “con final feliz” como dicen. Así vamos. Los cuerpos de las mujeres hacen parte de la situación esquizofrénica en la que vivimos y que se ha incrementado exponencialmente en las redes sociales. Una de las lecturas de todos estos charcos contradictorios es que el cuerpo de una mujer embarazada no está en el mercado, está fuera de él es el mensaje. Seguramente por prejuicios sociales o culturales – en el fondo esos prejuicios son un poso de resabios biempensantes. Los cuerpos subidos de peso y que no cumplen las medidas idealizadas, por los hombres, están fuera de ser vistas en lo posible. Algunos las ponen el cartel de intangibles. No están esos cuerpos en el mercado de la carne. Para estar en ese mercado debe volver a su cuerpo original, que rozan la perfección, de medidas precisas, según sus exigencias patriarcales. Es decir, al de antes de estar embarazada. Toda una dictadura.
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