La desgracia de una reina

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Me la imagino alborotando el corso alegórico en una ciudad fijona de los buenos modales. Con la mano derecha enguantada de blanco estirando los dedos hasta el infinito sin soltar el ramillete de rosas rojas de la siniestra. Sonriendo hasta el máximo, con unos dientes tan blancos que llegan a la mentira. Muy bien peinada, almidonada en su vestido de encaje rosa largo de reina de belleza, bella pero mentirosa.

Así debió ser la idea imaginada desde sus primeras pasarelas en la escuela de modelaje de Marina Mora. Incluso antes, desde su infancia toda la familia preparada para el ritual mayor: llegarse a coronar reina de reinas. Lamentablemente todo el concurso estaba amañando, dirigido para que ella ganase sin más argumentos que su belleza y la de un tío cirujano plástico, regidor importante del municipio y para colmo de la conchudez, presidente de la comisión de festejos de la ciudad. El mismo que nombra y aprueba, no sólo a los jurados que la eligieron sino a los auspiciadores que pugnan por tener preferencias en unas fiestas que mueven millones y que – literalmente – paraliza la segunda ciudad del país.

¿Es algo normal en un país con niveles de corrupción elevados? ¿Por qué en un país de gobiernos, demostradamente corruptos y reelectos, no puede darse el lujo y la pequeñez de apadrinar y nombrar a dedo a una reina de belleza en provincia? ¿Por qué tendría que renunciar, si finalmente la superficialidad de estos concursos denostan más a las mujeres que ensalzarlas? ¿No es acaso la hipocresía de una sociedad la que eleva las críticas de estos certámenes? ¿No es normal que este tipo de concursos aquí y en la China estén arreglados desde el arranque?

Si, claro. Pero a diferencia de otros certámenes de salón, en este caso la principal actividad es exponerse ante el público que espera ansioso enrostrarle en pleno rostro su manejada elección. Medio millón de personas están esperando hacer catarsis con la pobre estudiante de psicología, en medio de una sociedad que crece en rangos económicos y que demanda soterradamente transparentar todo tipo de elección. Una sociedad que no está siendo bien educada, que no está siendo bien atendida en su salud, que no cuenta con buenos servicios básicos y que detesta que el “sistema” se siga corrompiendo. Una belleza mal habida en un concurso es un buen pretexto para el desfogue social.

Por eso a mí me genera pena esta chica electa, a todas luces, por influencia del tío cirujano que seguramente querrá hacer crecer su clínica estética con el esplendor en el cetro de la sobrina del marketing gratuito. Para colmo no es tan provinciana. Como sucede en estos casos, estaba de “pasadita” justo en el momento de la elección y se puso la banda, porque seguramente piensa que los provincianos no reconocen el verdadero “estilo” de una mujer creada, forjada y trabajada para la belleza desde la capital. Si claro.

Todo un caldo de cultivo para la revancha social de los estigmas de una sociedad que evoluciona en sus demandas y que los antiquísimos conceptos de: “no pasa nada” “es normal” o “siempre ha sido así”, estén por terminar. La nueva protesta en las redes sociales, las convocatorias de gabinete tras repartijas y ejemplos como los de la desgracia de la reina expuestas en los medios, generan la indignación que necesita su desfogue de todas maneras. En el caso de la reina, está por darse en el corso alegórico si es que no renuncia antes por la “dignidad” de la mujer que le reclaman por medios y redes y que le exigen sus pares.

Si esta renuncia sucede, entonces las redes sociales habrán triunfado una vez más, no será gran cosa la victoria seguramente, pero habrá sido la demostración – una vez más – que los reclamos mutan, las sociedades se transforman y que la tecnología está dando paso a una nueva corriente en la protesta y una nueva vertiente del comportamiento social.

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